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Víctor Carrasco: “Sigo pensando en intentar nuevamente tener una sala de teatro”


Víctor Carrasco: “Sigo pensando en intentar nuevamente tener una sala de teatro”

Victor Carrasco regresa a la cartelera teatral luego del cierre del Teatro de La Palabra, sala independiente que mantuvo a pulso durante siete años. Lo hace con un proyecto que se fraguó justamente pensando en ese espacio y con un tema que ha sido parte central de la discusión nacional debido principalmente a la visibilidad alcanzada por la actriz Daniela Vega: la identidad de género. El próximo 25 de mayo se estrena Los arrepentidos, de Marcus Lindeen en el Centro GAM, con los históricos Alfredo Castro y Rodrigo Pérez, que se reencuentran en escena después de quince años.

Por Gabriela González Fajardo

El mito dice que el dramaturgo Alejandro Sieveking escribió su obra Ánimas de día claro en una noche. O parte importante de ella en una noche. Inspirado en la figura de su mujer, la actriz Bélgica Castro, ha declarado que las palabras e ideas simplemente empezaron a aparecer con una rapidez inusitada. También una noche bastó para concretar el proyecto que el próximo 25 de mayo estrenará el director Víctor Carrasco en el GAM: Los arrepentidos, del dramaturgo y cineasta sueco Marcus Lindeen.

Lejos de cualquier coincidencia mística o espiritual, el encuentro entre Carrasco y la obra de Lindeen fue en un comienzo en extremo casual: el director se encontraba buscando en Internet bibliografía sobre la transexualidad para un proyecto audiovisual mexicano cuando se le ocurrió agregar a la búsqueda la palabra teatro. Llegó a contenidos informativos que hablaban de un montaje basado en el encuentro de dos personas suecas que hicieron su transición de género y se arrepintieron. Tras varios clicks llegó a la web de Lindeen, donde pudo apreciar en profundidad su trabajo visual. “Le escribí de inmediato. Eran como las 02:30 de la mañana”, recuerda Carrasco. Estaba dispuesto a ir a dormir cuando su celular le notificó la recepción de un nuevo email: era Lindeen. “Víctor, ¡qué sorpresa! Nunca esperé que me iban a escribir de Chile. Te mando la obra en inglés y en español”, decía el correo. Ansioso, leyó de inmediato la obra y quedó maravillado. Volvió a escribirle, expresándole su decisión estrenar en nuestro país la pieza. Ya eran como las 05:00 AM. Antes de que pudiera hacer alguna otra cosa, Lindeen contestaba gustoso enviando los datos de su agente literario para concretar el proyecto.

“Fue muy bonito ya que en conversaciones posteriores Marcus me contó que su sorpresa se debió a que su papá había nacido en Chile, específicamente en Punta Arenas. Nunca pensó que se iba a relacionar con Chile de otra forma. Fue un muy buen inicio”, manifiesta Carrasco inmerso en la fase final de ensayos de Los arrepentidos.

Estrenada en 2006 en Suecia, el montaje está basado en el encuentro de Orlando y Mikael, dos personas que se sometieron a cirugías de cambio de sexo y que luego se arrepintieron de pasar el resto de sus días como las mujeres que creyeron ser. Lindeen propició un encuentro y lo registró en el documental homónimo, el que luego fue transformado en una obra de teatro. “Es imposible pensar que esas mujeres van a volver a ser los mismos hombres que fueron, van a ser otros hombres, y también es posible pensar que esos hombres quizás podrían volver a transitar de nuevo si es que ellos lo determinan así. La obra nos plantea eso, la libertad de elegir”, declara Carrasco.

“Gracias a esa investigación pude relacionarme con mujeres trans en Chile y en México. Compartir esas experiencias provocó un quiebre en mí. Me parece que sabemos muy poco de la identidad de género, que hay un rechazo que se basa en la ignorancia y que en la medida en que no derribemos nuestras propias barreras va seguir pareciéndonos algo complejo, pero finalmente de lo que se trata es de aceptar la diferencia y eso es un acto de generosidad”, añade.

A tu juicio, ¿cuál es la principal fortaleza de la obra?

Es una obra que hace reflexionar. Además, propone pensar el camino de la identidad como un tránsito permanente. Una idea que ha cruzado este trabajo desde el comienzo y que nos ha impulsado a desarrollarlo es la libertad para elegir, es decir, que nadie puede obligarnos a ser algo que no somos, menos el Estado a través de la coacción.

La obra reúne a Alfredo Castro y Rodrigo Pérez en escena, luego de más de 15 años, quienes trabajaron el teatro testimonial a fines de los 80. ¿convocarlos para este proyecto tiene que ver con esa experiencia previa en el tema?

La decisión se basa fundamentalmente en la admiración y el respeto que yo siento por ellos como artistas y por su trabajo. Sin duda que ese sentido testimonial de la obra se conecta muy bien con lo que Alfredo y Rodrigo han hecho en el Teatro de La Memoria, que en mi opinión sigue muy vivo.

Uno también a estas alturas del partido logra visualizar lo valioso que puede ser el trabajo a nivel de experiencia personal y eso ha sido sumamente significativo, han sido procesos de ensayos maravillosos, de mucha verdad, no solamente por lo que está ocurriendo en escena sino también en las conversaciones que tenemos.

¿Cómo ha sido el proceso creativo? ¿Viste el documental como referencia creativa?

Yo no he visto el documental y no quiero hacerlo. Rodrigo y Alfredo lo vieron. En mi caso, preferí tomar el texto como referencia y el proceso en general ha sido un acercamiento sensible al texto, tratar de desentrañarlo y encontrar la dinámica del testimonio. Hemos compartido con personas trans y recibido la colaboración de la profesora Olga Grau, filósofa de la Universidad de Chile experta en género. Así se ha enriquecido nuestro trabajo y nuestra propia mirada respecto a la diversidad e identidad.

¿Cómo ha sido el trabajo con el testimonio?

Alfredo utiliza un concepto que me parece súper interesante. Él propone metabolizar el texto, es decir, que las palabras se conviertan en cuerpo. En el caso del teatro de testimonio es fundamental, pero pienso que en cualquier otra obra de teatro también sería útil entenderlo así. Ese metabolizar implica tiempo de maduración de esas palabras.

La obra inicialmente era una suerte de coproducción entre Teatro La Palabra, Teatro La Memoria y Teatro Camino. Hoy sólo existe el Teatro Camino…

Al principio, cuando yo encontré la obra, el plan era tener funciones en esas tres salas, ya que Alfredo y Tito Noguera eran parte del proyecto, pero el tiempo dijo otra cosa.

Teatro La Memoria y Teatro de La Palabra debieron cerrar y pese a lo sentida que fueron ambas situaciones, la realidad de los teatros independientes sigue siendo incierta. ¿Cuál es tu opinión al respecto?

Yo creo que esa es una situación que no se ha modificado para los teatros independientes, especialmente para aquellos con una línea editorial investigativa y experimental. Decidir tener un teatro con esos criterios es siempre un riesgo, pero en mi opinión el teatro debería tener siempre ese riesgo, aún si se trabaja con autores más comerciales.

Particularmente el Teatro de La Palabra dejó de existir porque no había ninguna forma de seguir financiándolo, ya que se mantenía sólo gracias a mi aporte personal. Tuvimos ayudas de dos Fondart, pero lamentablemente desde la institucionalidad cultural nunca entendieron que además de apoyar a los montajes, se necesita también cubrir gastos operativos. Tener un espacio y mantenerlo es un gasto enorme, pero esos espacios se comparten y ése fue el espíritu del Teatro de La Palabra.

Tanto el Teatro La Memoria como La Palabra, e incluso el Puente, que estuvo a punto de cerrar, han ofrecido espacios referenciales para ciertos tipos de lenguajes y procesos escénicos…

Yo creo que hay un trabajo que continúa y sigue germinando, pese a que hoy no tengamos un espacio físico. Seguramente mis amigos me van a decir que no tengo remedio, pero yo sigo pensando que voy a intentar nuevamente tener una sala de teatro porque el placer es infinito y porque hay ciertas formas de trabajo que yo creo que uno tiene que defender.

¿Crees que el nuevo ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio pueda ayudar a abordar este problema?

Ojalá en los próximos años exista la posibilidad de poder sentarnos a conversar sobre cómo poder ayudar a que sigan existiendo estos teatros, sin que necesariamente se conviertan en teatros subsidiados completamente por el Estado. Creo que hay que buscar fórmulas, hay un camino enorme que se puede recorrer al respecto. Espero que en esa búsqueda tengamos de verdad colaboración. No sólo del medio artístico, que siempre la hemos tenido, y en ese sentido creo que, si los teatros se mantuvieron por tanto tiempo y siguen manteniéndose, tiene mucho que ver con la colaboración que se genera al interior del medio. Necesitamos que esa colaboración se extienda, que el Ministerio de las Culturas atienda esas necesidades y se comprometa.

El Teatro de La Palabra ofreció un espacio importante para la dramaturgia. En ese sentido, ¿qué opinión tienes del estado actual de la dramaturgia chilena? ¿Hay algunos autores cuyo trabajo te guste especialmente?

Creo que hay una generación súper interesante. Me parece que Pablo Manzi es un gran autor que tiene un nivel de reflexión muy importante, se ve joven pero es alguien que viene hace mucho tiempo realizando un trabajo autoral y estético con su compañía. También reconozco a una generación de mujeres dramaturgas, cuyo trabajo es muy diverso e interesante. Pero también me parece que han pasado cosas importantes para la dramaturgia, como son los talleres del Royal Court o el Festival Lápiz de Mina. Los primeros talleres de Royal Court se hicieron en el Teatro de La Palabra, así que conozco bien de cerca la experiencia y creo que es fundamental ese intercambio y colaboración, tanto creativamente como en términos de gestión. Por eso creo que no sólo la autoridad cultural debe entenderlo, sino también el empresariado y la derecha.

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