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¡Parlamento!: un relato apasionante


¡Parlamento!: un relato apasionante

La obra es un llamado genial, delirante a veces, desesperado también, a la conversación. Ha resultado increíblemente entretenida, absolutamente histórica y enormemente vigente. Ojalá que la vea mucha gente y, sobre todo, estudiantes.

Por José Bengoa

Nos reunimos hace un tiempo atrás con Francisco Sánchez, el actor, y con Andrés del Bosque, el director, a conversar sobre el Tratado o Pacto de Quilín. Fue un “antes y un después” en la Guerra de Chile. Les conté que mi obsesión por encontrar el famoso tratado me llevó a Sevilla, al Archivo de Indias; luego a Madrid y ahí, gracias a regalarle cajitas de chocolate a la señora que atendía el Archivo, finalmente encontré el libro.

El texto es, tal como se dice en ¡Parlamento!, una enorme colección de libros empastados de manera muy fina, donde están depositados todos los Tratados y Pactos de Paz que el Rey de España convino con los Príncipes de Europa y otras Naciones. Y en medio de esos hermosos Tratados con los Príncipes de Venecia, Francia, Génova, en fin, todas las guerras que había en esa época muy belicosa, aparecía el Tratado que el Marqués de Baydes -a nombre de su Majestad- había realizado con Lincopichón, Butapichón y los caciques principales de Arauco del Reyno de Chile. Debo decir que esa mañana me emocioné mucho y cuando vi esta hermosa obra de teatro me conmoví nuevamente.

¿Qué había ocurrido? Después que llegó Pedro de Valdivia al sur de Chile la guerra había sido brutal. Los mapuche (sin ese) derrotaron en Tucapel al Gobernador, lo juzgaron y sentenciaron a muerte. Como decían en ese tiempo, casi se “perdió el Reyno”. El Rey mandó “la flor de sus Guzmanes”, esto es, los hijos de la alta aristocracia militar española al mando de García Hurtado de Mendoza, nada más ni nada menos que el hijo del Virrey del Perú. Ahí venía como paje de la corte Alonso de Ercilla y Zúñiga el gran poeta de los orígenes de nuestro contradictorio país. Los señoritos españoles fueron brutales, no solo con los indígenas sino que también entre ellos. El autor de La Araucana estuvo a punto de ser ajusticiado por Don García y su odio a los aristócratas no se le olvidó nunca y se reflejó de modo maravilloso en su épico canto. La guerra siguió hasta que el Rey envía a un gobernador Martín Oñez de Loyola, de la alta clase social hispánica, sobrino de Ignacio de Loyola. Para aumentar las contradicciones, este Gobernador era casado con doña Beatriz Coya, nieta del Inca del Perú.

Va al sur y en Curalava o Kuralaf, es sorprendido durmiendo por Pelantaru y los valientes guerreros pureninos. Conducido a la gran laguna de Purén, hoy inexistente, juzgado, es sentenciado a muerte; segundo Gobernador del Reyno de Chile. Se levanta la Araucanía y los mapuche destruyen todas las ciudades, La Imperial, Angol, Villarrica y sobre todo Valdivia que era una gran ciudad en ese momento. La cosa se pone fea para los invasores. Viene un ejército formal de España dirigido por un oficial afamado en las guerras de Italia, Alonso de Ribera, primera vez con soldados uniformados, orden y disciplina. En ese momento el Padre jesuita Luis de Valdivia predica la Guerra Defensiva. Va a España y logra su aprobación. Pero eso dura poco y comienza de nuevo la guerra inútilmente. Claro es que esa ofensiva fue terrible. Ahí es dónde se produce la coyuntura de la que habla esta obra: los españoles no pueden acabar con los araucanos como se les decía; los jesuitas siguen predicando la calma, en especial el Padre Diego de Rosales. Hay una suerte de empate militar en ese momento. Pero España está amenazada por todos lados.

Cuando buscaba en España en los archivos el Pacto de Quilín me encontraba con los partes de la Guerra de Cataluña, de Italia, de Francia y sobre todo de Flandes, esto es, Holanda. Ahí es dónde se produce la coyuntura de la que habla ¡Parlamento! Ese fue el motivo de urgencia. Los holandeses habían desembarcado en Pernambuco y se dirigían a Chile. Entraron por el río Valdivia y pactaron con los mapuche en las ruinas de la ciudad de Valdivia. El Rey mandó al  Marqués de Baydes, un alto cuadro político y militar de la Corona, a arreglar el entuerto. Y es así que se encuentra con un sabio mapuche, Lincopichón, quien se da cuenta de que es el momento de hacer las paces. Dice que le daban vómitos los largos discursos de los araucanos, pero tuvo que aceptar. Lincopichón sabiamente aguantó todos los insultos y menosprecios. Y logró que el río Bio Bio fuera la frontera, que no hubiera encomiendas al sur de ese río, que no pagaran tributos como lo hacían todos los indígenas de América Latina, en fin, logró la Independencia. 250 años de Independencia; y eso no es poco en la vida de un pueblo. Gracias a Lincopichón y a esa claridad política es que hoy día hay casi un millón de mapuche en Chile.

Claro está que las paces no fueron siempre respetadas, como cuenta ¡Parlamento!, pero se logró algo más que un poco. Baydes era un personaje extraño. Muy contradictorio. A su favor está el episodio que relata muy bien Francisco Sánchez en la obra. Los “araucanos” habían llegado a los Llanos de Quilín desarmados, cumpliendo su palabra. Los soldados españoles, al verlos, le dijeron al Marqués que los matara a todos para que ahí se acabara el problema y la guerra. Tenían prendidas las mechas de sus mosquetes. El Marqués, en un acto que lo reivindica frente a la Historia, “manda a apagar las mechas”, e ingresa a los Llanos en Paz y con las “mechas apagadas”. No es menor y bien daría para que se lo honrara en la Historia de Chile.

Pero Baydes tampoco era un santo. Le he seguido la pista obsesivamente. Comerciaba con esclavos, ya que eso no lo prohibían los jesuitas. Se enriqueció, al parecer, mucho. Volvió rico a España y tuvo pésima suerte. Ya llegaba al puerto de Cádiz cuando unos corsarios ingleses, esta vez de Inglaterra, asaltaron el barco -como cuenta Francisco Sánchez con esos barquitos de papel tan bonitos-, y lo hundieron. Lo único que no cuenta es que efectivamente se fue al fondo del mar con su esposa e hijas pero que dos jóvenes hijos fueron raptados y llevados a Inglaterra. Uno de ellos, una vez liberado, ingresó a la Compañía de Jesús y ya transformado en jesuita, regresó a Chile. Curiosa y significativa historia.

¡Parlamento! es, por tanto, absolutamente verídica e histórica. Por cierto que Sánchez y del Bosque le ponen su hilarante genialidad que hace que esta historia, que puede ser un tanto áspera, se transforme en un relato apasionante.

Cuando nos juntamos con los autores les conté que había visto en la televisión, en un programa detestable, a una señora denominada Doctora Cordero. Habían ocurrido hechos violentos en el sur de Chile y este personaje despotricaba contra “los indios” de una forma tan  grosera que me impresionó. Recuerdo que les dije que en cualquier país civilizado ese programa no se podría haber emitido, por racista, etnocida, violento, en fin, por decencia. Me recuerdo también que hablábamos de la figura de Dürrenmat en La visita de la vieja dama, obra de teatro en que una mujer vieja venía al poblado europeo destruido por la guerra acompañada de monstruos. De ahí, su aparición esperpéntica en ¡Parlamento!, rompiendo el escenario, en fin, imagen inolvidable del drama que vivimos en Chile.

Solo me resta aplaudir, dar gracias y felicitar al actor, director y a todos quienes han hecho posible esta impresionante obra de arte.

 ¡Parlamento! Hasta el 7 de junio en Centro GAM, sala A1. De viernes a domingo a las 21 hrs. Compra tus entradas aquí.

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