Nona Fernández: “La dramaturgia chilena siempre ha sido sensible a los demonios que nos acosan”
Por Karina Mondaca Cea
Eugenia es una mujer solitaria y deprimida, que pasa sus días hablando con su amigo imaginario. Así describe Nona Fernández el personaje que desde el pasado 4 de agosto interpreta en Prefiero que me coman los perros, un montaje que hasta el domingo 27 se presentará en el Teatro del Puente. La protagonista es una ex profesora de un jardín infantil que busca alguien que comprenda el dolor y culpa que siente desde hace 10 años, luego que, estando estresada y agobiada, fue responsable de un terrible accidente.
A través de la experiencia de esta mujer, la obra reflexiona en torno a las malas condiciones laborales de nuestro país y la presencia de las enfermedades mentales en la población. “Somos uno de los países con mayores índices de depresión y de enfermedades anímicas del mundo. Vivimos empastillados, intentando funcionar en un modelo que es tremendamente agresivo y que pone el trabajo y el dinero en el primer lugar de las prioridades”, explica Nona sobre el contexto en el que se desarrolla el montaje. Y continúa: “La obra habla con ferocidad, ternura y humor, de las consecuencias extremas de esto. De hasta dónde podemos llegar entregando nuestra alma al trabajo. De nuestra propia locura, de nuestra propia soledad en un mundo que aparenta estar cada vez más conectado”.
La encargada de crear el texto fue la dramaturga Carla Zúñiga (Sentimientos, La trágica agonía del pájaro azul), que a juicio de Nona Fernández, es una de las autoras más relevantes de la escena contemporánea chilena, y que este trabajo muestra más su solidez como escritora: “Pese a que éste fue un texto que se le encargó, todo el imaginario Zúñiga circula en esta historia. Su particular sentido del humor, su mirada torcida, su escritura rabiosa y tierna, su vínculo estrecho con la realidad, sus personajes delirantes, la articulación de un discurso de género que sacude las normas del estereotipo de lo correcto, lo normal y lo bello, para dar cuenta del contexto de las mujeres reales”.
Hay dos razones que son las fundamentales para dejarme seducir por un proyecto: El texto y el equipo de trabajo. Es importante para mí estar desarrollando un tema que me interese, compartir un punto de vista sobre el que quiera reflexionar escénicamente, sentirme partícipe de un discurso que me identifica. En esta obra eso está presente y se conjugan las dos razones que siempre me convocan. Un texto sólido de una dramaturga que admiro, y un equipo de trabajo muy diverso, con el que no habíamos coincidido antes, y que me generaba mucho entusiasmo y curiosidad. Conocía bien el trabajo de Jesús Urqueta y Belén Abarza, y había observado la energía titánica de la Monse Estévez como gestora artística y actriz de varios montajes que habían llamado mi atención. Entonces esta ecuación de talentos diversos me sedujo y me sumé al team. Es una mezcla de complicidades expresivas y discursivas, cariños, talentos y admiraciones, las que me convocaron.
No he sido ni seré crítica. Eso quiero aclararlo. No se puede ser juez y parte en un juego. Yo juego para el escenario. Ahí está mi lugar, escribo y actúo en él. El ejercicio de escritura y de actuación para mí es parte de un mismo proyecto, que es un proyecto expresivo, donde las autorías pasan por lugares diversos. Escribiendo soy la responsable de un discurso, de una historia, de un punta pie inicial para una puesta en escena en la que se sumarán las autorías de todo el equipo. Hay mucho trabajo, mucha investigación, reflexión y cariño en cada texto que he escrito y que he tenido la suerte de poner en escena. Es una responsabilidad grande convocar a un grupo a encarnar y darle vida a un texto de uno, por lo tanto ese trabajo previo se hace con mucha delicadeza.
Actuando, en cambio, ejerzo la autoría desde otro lugar, un lugar corporal, asumiendo un punto de partida que normalmente viene de otro autor y se suma al del director y al del resto de los compañeros. El trabajo en el teatro es un trabajo colectivo, es promiscuo, todos mezclamos y aportamos para cada puesta en escena, que termina siendo un palimpsesto hecho de muchas capas firmadas por todos. Escribo y actúo para un proyecto colectivo, para dar vida a discursos que creo que hace falta que circulen.
Escriban sobre sus demonios, nos decía Egon Wolf en la escuela de teatro, lo que los perturba, lo que los llena de temor, de rabia, de desasosiego. La dramaturgia chilena siempre ha sido sensible a los demonios que nos acosan, los maestros y los nuevos escritores se emparentan en esa sensibilidad. Hay una especie de vocación por traducir los tiempos que se viven en el escenario. Algunas plumas con más conciencia, otras con menos, pero la dramaturgia chilena parece asumir con claridad la condición de espejo que tiene el escenario. Si repaso muy arbitraria y fugazmente los estrenos dramatúrgicos de lo que lleva el año, recuerdo El Dylan, de Bosco Cayo, que relata la muerte de un transgénero de provincia, tema tremendamente contingente. Pienso en Unidad Popular, de Gerardo Oettinguer con la compañía Síntoma, que trabajaron con testimonios de mujeres pobladoras de los años 90, hablando del horror de la pasta base en las poblaciones. Pienso en Mateluna de Guillermo Calderón, pienso en Noche Mapuche de Marcelo Leonart, que se estrena luego y que intenta indagar en esa grieta feroz que es la deuda que tiene Chile con el pueblo Mapuche. Pienso en Surinam de Juan Andrés Rivera y ese retrato desconcertante de una generación sin identidad, perdida en un mundo virtual sin cable a tierra. Pienso en Prefiero que me coman los perros, de Carla Zúñiga, intentando reflejar nuestra enajenación normalizada en un sistema neoliberal que nos tiene empastillados, solos y locos. Así, nombrando injustamente solo algunos estrenos, creo que puedo afirmar que la dramaturgia actual sigue escribiendo, igual que los maestros, sobre nuestros demonios.
Foto superior: Prefiero que me coman los perros