Felipe Oliver sobre Rodrigo Achondo: “Ni Tarantino ni duro, un buen amigo”
Como un “buen amigo, cariñoso, generoso con los actores y que jugaba a ser duro”, recuerda el diseñador Felipe Oliver al actor y dramaturgo Rodrigo Achondo, fallecido ayer a los 46 años en El Quisco producto de un daño hepático.
Ambos constituyeron la dupla que dio vida y mantuvo a la compañía teatral Anderblú entre 1996 y 2002, debutando con la obra Rojas Magallanes, que removió el ambiente teatral por la temática y estética que Achondo dio a sus creaciones. Pronto se habló del “Tarantino chileno”, entre otros apodos, por el contenido y la violencia en el accionar de sus personajes de los bajos fondos, policías corruptos y otros corruptos con poder, en una clara crítica a una porción de la sociedad poco vista por entonces en escena.
Le siguieron las obras Módulo siete, MunChile, Asesino bendito y NN 2910. En 2000 se estrenó la película Monos con navaja, con música de Gustavo Cerati, inspirada en MunChile. Luego emigró a Concepción por un tiempo, donde creó junto a Oliver el Anderblú Estudio, academia teatral con la que dejó huella en la zona.
Tanto en el sur como en Santiago, Achondo, egresado de la Academia Teatral de Fernando Cuadra, tuvo actores que lo seguían y se sometían a sus rudas acciones en escena. En la capital, por ejemplo, fueron de la partida Carolina Fadic, Ramón Llao, Edinson Díaz, Gonzalo Muñoz-Lerner, Álvaro Espinoza, Berta Lasala, Luis Uribe y Mariana Loyola, entre muchos otros.
Rodrigo Achondo reapareció en Santiago en 2010 cuando fue llamado por el Teatro Nacional Chileno para dirigir con gran éxito El rucio de los cuchillos, de Luis Rivano. En 2011 estuvo con un elenco penquista con la obra El pianista en una breve temporada. Desde entonces, poco se supo de él. Se había ido a vivir a El Quisco con su familia.
Oliver, actualmente director de la revista Bufé Magazin de Concepción, recuerda que se encontraba trabajando en Santiago para una obra de Alberto Fuguet cuando conoció a Rodrigo. Se hicieron amigos y compartieron la casa donde tenía su taller como diseñador. “Conversamos -recuerda-, le dimos vuelta y empezamos a fraguar algo, ante todo con temática chilena, con patos malos, gente corrupta y bajos fondos”.
¿Cómo recuerdas el inicio?
Todo fue hiperrealista y sangriento, con estos personajes y en escenarios poco convencionales, como una de las oficinas del Teatro Cariola en un segundo piso donde debutó Rojas Magallanes.
¿Había financiamiento para estas obras?
Nosotros fuimos los financistas, yo con mi trabajo como diseñador y Rodrigo con sus pegas en televisión y otras. También había actores colaboradores y seguidores de Anderblú. Nada más.
¿Y fueron a regiones?
No, ni pensarlo. Me acuerdo que una vez fuimos a Ovalle. Es que no era teatro masivo, máximo cuarenta personas por función y en locaciones especiales. Incluso nosotros invitábamos a alguna gente, todo gratis.
¿A Rodrigo le gustaban los motes que le adjudicaban?
¡Le encantaba todo! Le gustaba hacerse el duro, el malo…
¿Qué te queda de Rodrigo Achondo más allá del teatro?
Que, a pesar de lo duras que eran las obras y la tremenda exigencia para los elencos, había un espíritu lindo. Él tenía una máscara de duro. Fuera de escena no era tal, ni mala onda ni Tarantino. Era un pan de Dios, un súper buen amigo, generoso con los actores, inteligente, lograba hacer familia con el grupo, pero a veces los caminos de la vida a uno lo llevan por otro lado. ¡Ah! Y un superpapá con su hijo Diego de 12 años. Cuando estaba en Concepción solía llevarlo un mes con él.
En 1998, cuando el festival iba en su quinta edición, incluyó en su programación las dos primeras obras de Achondo, aplaudidas por el mundo teatral en Santiago: Rojas Magallanes y Módulo siete.
En los años siguientes, la programación contó con sus siguientes trabajos: MunChile (1999), Asesino bendito (2000) y NN 2910 (2001). Este último año se volvió a montar, además, su obra inicial y quizá la más recordada, Rojas Magallanes.
En 2003, como parte de la Selección Escuelas de Teatro, se presentó su dirección Infierno chileno.
La última de las obras presentadas en el festival fue El rucio de los cuchillos, afamada obra de Luis Rivano que Achondo llevó a escena en el Teatro Nacional Chileno con un elenco conformado por Daniel Alcaíno, María Paz Grandjean y Nicolás Pavez, y que se presentó en Santiago a Mil en 2011.