Ex – que revienten los actores: Estridencia excesiva
Este último texto del actor y dramaturgo uruguayo Gabriel Calderón -que a sus 31 años cuenta con una producción reconocida- parte de una idea atractiva, como es la del retorno de personajes muertos pertenecientes a una familia tipo, en víspera de celebrar la navidad. El objeto del encuentro es la necesidad de la más joven del grupo, Julia (que está viva junto a su novio Tadeo), por conocer cuestiones del pasado que ella nunca se ha podido explicar. En el contexto del Uruguay, la desaparición, la tortura y el crimen son los lastres de la dictadura que hay recordar y así “aliviar el dolor” de las generaciones futuras. Así lo reitera la esta obra explícitamente.
Para el desarrollo de esta situación dramática, el autor recurre al invento de una máquina del tiempo, que Tadeo utiliza para hacer volver a varios personajes a la vida y también revivir episodios del pasado. Un personaje narrador se encarga de organizar los saltos temporales, además de iniciar la obra con una suerte de prólogo que sintetiza algunas ideas clave del texto. Por momentos, este recurso tiene ecos de Nuestro pueblo de T. Wilder, así como los discursos iniciales del abuelo remiten a Pirandello en sus dudas entre personaje y actor; en este caso, lamentablemente, ambas instancias resultan artificiosas.
Abundan en Ex que revienten los actores, las declaraciones de principios, las repeticiones, los lamentos, los garabatos (de Graciela), elementos que por su reiteración van perdiendo efecto. Y por sobre todo, hay un clima de emociones exacerbadas que aquí se expresan gritando, lo cual termina inevitablemente por cansar al espectador que debe escuchar durante 1 hora y 20 minutos la estridencia de la compañía Complot.
La apuesta de la escena familiar desbordada y disfuncional que con mucho éxito han trabajado varios dramaturgos latinoamericanos en el último tiempo, con Claudio Tolcachir a la cabeza (La omisión de la familia Coleman, 2005), en esta entrega de Calderón, se ha vuelto vacía. Los clichés escénicos como la cena navideña desmantelada y caótica, las puertas que se cierran como signo de dramatismo o la abuela que se emborracha, la vuelven inconducente. Así, el elemento político planteado en la necesidad de conocer y recordar el pasado y las horrendas prácticas de la dictadura, queda sepultado bajo el exceso verbal y actoral.