#DíaNacionaldelTeatro: cuatro creadoras reflexionan sobre dirección y género
Por Daniela González A
Actriz de la Academia de Fernando González, se perfeccionó en el Conservatoire Royal D`Art Dramatique, en Liège, Bélgica. Desde 2009 hasta hoy dirige su compañía Teatro La Mala Clase (La mala clase, Leftraru, El Dylan). También dirigió la premiada obra Hilda Peña.
“No me siento distinta a la profesora, a la enfermera, a la obrera, a la política, a la que conduce el taxi. Soy una trabajadora. Y la discriminación que pueda sentir la veo
transversal a las mujeres en distintos oficios. Sí, estamos en desigualdad de condiciones, pero no es algo que vincule solo a mi ser artista, sino que lo vivimos todas. En el mundo del teatro, sin embargo, percibo cosas que me incomodan y que parten, incluso, cuando hoy se habla de ‘mujeres directoras’, porque ellas existen desde siempre. Son parte de una historia no escrita, donde tampoco están las descubridoras, las científicas, o las escritoras. Es la historia de las
mujeres la que está invisibilizada. El nuevo relato se está escribiendo ahora; yo también lo escribo. Por eso, es relevante reflexionar sobre cómo se refleja a la mujer en los distintos espacios que construyen este nuevo relato: en la televisión, en la publicidad o incluso en algunas obras de teatro. Y me inquieta. Porque, a ratos, me parece que se siguen acuñando discursos hegemónicos que son falsos: no solamente nos preocupa el romance, los celos, la envidia, pero muchas veces eso es lo que se representa en estas distintas esferas. ¿Por qué siempre es la mujer la que tiene que mostrar el cuerpo? ¿Por qué siempre aparece histérica? ¿Por qué siempre vulnerable? ¿Cuántas escenas de nuestras obras muestran a dos mujeres conversando sin hacerlo, por ejemplo, sobre un otro? Desde la dirección y del teatro creo que proponerse elaborar un nuevo relato, ver formas nuevas de construir la historia de nuestro género; pues lo que mostramos en escena sí deviene en una transformación social, sí influye. Tiene que ver con confiar en lo que hacemos, con creer en el poder del teatro. Es una gran responsabilidad elegir cuáles son los espejos que ponemos
con respecto al género. En mi caso, no me interesa seguir reproduciendo el discurso patriarcal”.
La obra El Dylan, dirigida por Aliocha, se presenta del 10 al 17 de mayo en Matucana 100.
Actriz y máster en Performance Making de la Goldsimths University. Con el músico Daniel Marabolí han creado tres espectáculos sonoros Helen Brown (2012), Ithaca (2015) y FIN (2017).
Tras estudiar Performance Making en la Goldsmiths University, Londres, Trinidad Piriz (34) aprendió metodologías performativas, colaborativas y autobiográficas para la creación escénica que fueron fundamentales para el trabajo que realiza hoy junto a Daniel Marabolí, con quien genera dispositivos escénicos para distintas historias que se proponen investigar. “Veo el teatro como espacio de colaboración, donde no tiene porqué siempre haber un rol definido de dirección, dramaturgia y actuación”, dice.
No en mi ámbito profesional. Donde me muevo, las mujeres llevan la batuta. En el arte veo que el género está cambiado a la normativa, a lo que se espera como normal. En mi camino artístico he podido experimentar otras formas de ver y pensar el mundo muchísimo menos prejuiciosas, dogmáticas y apegadas a las normas sociales de género. ¿Crees que se releva lo suficiente a las mujeres en el arte? Lo que creo es que la mujer que es genial y plantea discursos potentesen términos creativos termina siendo casi un héroe para los medios de comunicación, y eso, a la larga, es también otra forma de hacer una diferencia. Pero los espacios donde aparecen mujeres son menos en los medios. El equilibrio se guarda por voluntad. Sí, y en todos lados es cada vez más obligatorio cumplir una cuota de género. Pero me gusta eso, así se va armando la historia. Después en otra generación, que no somos nosotras, la paridad se irá dando con más naturalidad.
No sé si tengo un rol, pero sí siento una responsabilidad. Siempre la he sentido y es por sobre todo conmigo misma. Una profunda necesidad de ser consecuente. El feminismo es algo que hace tiempo me interesa como movimiento histórico, pero por sobre todo como una nueva posibilidad de pensarnos como sociedad.
La idea de “postura” me resulta un tanto estática y poco permeable. No me parece atractivo el arte que se presenta ya acabado e intenta trasmitir ideas panfletarias y discursivas sobre cualquier tema. Lo político lo veo más ligado a lo personal; aquello que de forma muy íntima reflexiona sobre temáticas enormes o pequeñas.
Piriz presenta próximamente su obra en co- dirección con María José Contreras, #LaConquista, en el Ciclo TeatroHOY 2018.
Actriz, dramaturga y directora. Desde 2001, con la que fue su compañía Teatro de Chile, dirigió obras como Prat, Rey Planta, Cristo, Zoo y Realismo. Dirigió en On the Beach, curada por Bob Wilson y estrenada en el Barishnikov Arts Center en Nueva York. Otras de sus últimas obras son Xuárez y Estado vegetal.
“Efectivamente creo que hay una estructura de desventaja para las mujeres, que es más difícil para una mujer hacerse un espacio como directora teatral. Pero no me acomoda la retórica de los obstáculos y la desventaja. Es cierto que la imagen que tenemos de un director de teatro es siempre masculina; la palabra director apela casi únicamente a un rol jerárquico en una estructura de poder. Podríamos decir que no hace ver ninguna cosa más en su significado concreto que eso; que dirigir es “gobernar” la creación. Pero, desde esta retórica, estamos obligando a mirar el trabajo artístico de una mujer directora en esos mismos términos: “¿Cuántos obstáculos tuviste que sortear para llegar a la cima del gobierno teatral?” Y la verdad es que el cuestionamiento al sistema patriarcal que nos trae la mirada feminista no debe tratarse de un intento de situar más y más mujeres en posiciones de poder (“mientras estadísticamente más mujeres directoras hayan, mejor”), sino en cuestionar estas estructuras de jerarquía patriarcal. No se trata de que crea que no hay obstáculos, abusos, o que estemos en desventajas. Sí creo eso. Pero también considero que la lucha de las mujeres hoy, creo, debiera ser vista como un acto creativo, en tanto se trata de inventar otras formas de hacer. No es un camino de superar limitaciones, como en una película gringa, sino que es un “bajarse” de esa carrera masculina, cuestionarla; buscar caminos diferentes, zizaguantes, descendientes. Quizás ni siquiera debiéramos llamarnos directoras. Eso siento que he hecho en mi camino como artista. Buscar otros métodos, otras formas de trabajo. No siento que llevo quince años venciendo obstáculos. En Xuárez hicimos un gran esfuerzo por evitar el léxico de la victimización. Nos dimos mil vueltas para construir un relato de Inés de Suárez cuyo lugar fuera de poder, pero otro tipo de poder. Creo relevante cuestionar los términos victimizantes, pues refuerzan el poder patriarcal como uno al que anhelamos acceder, y eso para mí no es el objetivo, sino transformar profundamente nuestras prácticas. Por otra parte, me parece que el binario hombre/mujer es absolutamente insuficiente para hablar de las determinaciones que ocurren en estructuras de poder como lo es el teatro, al igual que cualquier otra. Existen también la clase, la etnia, formas más complejas de identificaciones de género. Leer desde una división hombre/mujer es algo que no logro aplicar ni siquiera a mí misma”.
La obra Estado vegetal, se enceuntra de gira y se presenta este 8 y 10 de julio en el O Cena Contemporânea, Festival Internacional de Teatro de Brasilia.
Directora, investigadora y docente. Máster en Performance Practice and Research en The Royal Central School of Speech and Drama, University of London. Con la compañía Antimétodo, ha dirigido Concierto (2012), Agnetha Kurtz Roca Method (2015) y Ópera (2016).
Bailaba en una obra dirigida por Paulina Mellado, pero Ana Luz Ormazábal tuvo un accidente. Como no podía seguir en el elenco.
Mellado la invitó a ser asistente de dirección. “Con esa caída aterrice donde quería estar”, dice Ormazábal. “Desde antes, mi deseo siempre estuvo en buscar, crear lógicas y sentidos. Siempre admiré a quienes lo hacían. Para mi, lo más adictivo es resolver la escena, tener problemáticas y buscar cómo hacerlas aparecer”.
Creo que el género es algo que es dinámico, performativo y en constante flujo. Yo soy súper hombre y súper mujer en distintos
ámbitos y lo he entendido con el tiempo. Pero, a la vez, no tengo tan claro qué es ser mujer, ni hombre, más allá de los discursos biológicos. Es de perogrullo decir que a quienes nos identificamos como mujeres, históricamente hemos sido invisibilizadas, pero intento jugarlo ventajosamente. Los machitos alfa del teatro me dan sueño y creo que su tiempo ya pasó. El arte, como dice Rancière, es donde se disputa lo sensible y quien no permite que aquello emerja, no entiende nada.
Observo que a las mujeres se nos exige más en comparación a los hombres. Una vez fui a un teatro a montar y los técnicos no creían que yo era la jefa. Hay muchas mujeres dirigiendo, pero uno ve que se les da más vitrina a hombres con obras que son iguales o peores. Y eso es algo que va más allá del teatro. Yo persisto y la verdad es que hacer clases me permite intentar cambiar esos discursos. La labor de dirección implica liderazgo.
No he modificado mi manera de dirigir. Creo que la empatía, el caos y la emoción juegan a favor a la hora de liderar, pues establezco relaciones donde la fragilidad, el error y permitir que todos busquemos y nos perdamos, son valores. No sé si eso tiene directa relación a mi género. Sí creo que dirigir desde el cuerpo puede ser algo más
femenino. Para mí, tiene que ver con sentir vibraciones, transformaciones físicas a la hora de crear, por eso me gusta tanto la música. Me refiero a que no solo opera mi razón, sino que escucho lo que me pasa físicamente cuando dirijo y eso tiene más valor para mí que insistir en una “idea inteligente”.
La compañía Antimétodo, que dirige Ormazabal, se encuentra realizando una residencia en Watermill Center.