Crónica de Santiago a Mil por Fundación La Fuente: Killbeth
El teatro coreano siempre se ha caracterizado por tener sus raíces nutridas de música y danza, todo combinado con un fuerte sentido del humor y la sátira. La propuesta de Killbeth y la compañía Playfactory Mabangzen, no escapa a esta sintomatología, aun cuando el texto sea Macbeth, de Shakespeare, el dramaturgo isabelino por excelencia.
Esta obra se caracteriza por ser un drama visceral de poder y traición, lo que persiste como parte central de la propuesta del director coreano SunwoongKoh; sin embargo, hay una nueva mirada a los personajes y a su contexto, donde toda la historia ahora remite a un espacio futurista en decadencia, donde prima la violencia y la estética cercana al cyber punk. Toda la propuesta está planteada en términos visuales muy fuertes, donde el diálogo avanza febril y siempre adaptado a la realidad del país donde se presenta. Por ejemplo, no fue raro escuchar a los actores cambiar ciertos términos por chilenismos y frases típicas del país, algo que vinculaba enseguida a los espectadores con la representación y que sacó más de alguna carcajada y aplausos.
Killbeth, aun conservando la esencia del relato con todo el drama de la ambición desmedida y el tormento por las culpas, es una versión con un fuerte rasgo satírico y humorístico, donde lo heroico y la acción juegan un rol protagónico. Killbeth sigue siendo Macbeth, pero es definitivamente una nueva mirada, con elementos característicos que toman distancia del original. Hay herencias del anime, de cierta ferocidad animal que se delata en las coreografías de luchas. Por ejemplo, esta vez las tres brujas son reemplazadas por una bruja ciega y un monje budista, mucho más cercanos a la sensibilidad coreana.
En Killbeth se juega con el factor de las expectativas de un público que decide ver una versión de una obra canónica y la revisión que esta compañía coreana presenta. Casi todos compartimos en nuestro imaginario una idea de Macbeth, o al menos, del teatro shakesperiano, situación que es aprovechada como contrapunto para jugar con el espectador, desafiándolo a dar una nueva mirada, a redescubrir la trama más allá del escenario habitual. Así, Macbeth, eminentemente trágica, es contada como una obra de acción, siempre algo bufonesca, donde se libran batallas constantes, donde vemos combates sobre el escenario y el espacio es aprovechado a un alto nivel.
Lady Macbeth merece mención aparte. En el Macbeth de William Shakespeare, ella es figura central, la fuerza que mueve las acciones de su marido, manipulando situaciones y decisiones. El carácter aterradoramente ambicioso y fuerte de Lady Macbeth es una constante en Killbeth, donde en muchas escenas se roba completamente el protagonismo. El actor que interpreta a Lady Macbeth aparece ataviado con una gran falda roja españolada y se contornea largo e histriónico por el escenario. Hay una fuerte carga socarrona en su modo de interpretar a esta mujer de carácter tan fuerte. Hay algo de drag queen en su interpretación, algo a ese nivel de ademanes floridos. Y es, al mismo tiempo, una elección conservadora, ya que retoma la idea de que sea un actor y no una actriz la que interprete este rol, a la usanza del teatro isabelino.
Una vez que la ambición de este matrimonio llega a su máxima expresión, su tono cambia y se torna oscuro, como sucede con toda la obra y retoma el cariz trágico de la obra de Shakespeare. El uso de proyecciones, de luces, de elementos externos como escaleras de metal, insiste en la estética algo apocalíptica de la obra, de un mundo desalado por la violencia y por las traiciones. Las escaleras, por ejemplo, en un minuto clave de tensión dramática caen sobre el escenario y el estruendo metálico que producen genera un cierto cariz industrial subrayando la dureza de las emociones y de los derroteros que conllevan ciertas malas y fatales decisiones.
Si bien las actuaciones muchas veces no pueden ser seguidas del modo en que el espectador quisiera, debido a los subtítulos, es la revisión de una obra canónica que resulta atractiva y logra que durante las casi dos horas de duración los espectadores se mantengan atentos, absortos en la trama. Es en muchas formas casi una película, que por la puesta en escena se convierte en una bocanada de aire fresco que permite acercar una obra clásica a un amplio público.