[Crítica escénica] Die Odyssee: La Odisea cínica de Antú Romero Nunes
Este texto fue creado en el Taller de Crítica a cargo de Javier Ibacache, el cual forma parte de las actividades de LAB Escénico del Festival Santiago a Mil 2018. Por esto mismo, los comentarios que aparecen a continuación son de exclusiva responsabilidad de su autora, y no corresponden necesariamente a la opinión de Fundación Teatro a Mil.
En Die Odyssee, Antú Romero Nunes crea un relato alternativo de la epopeya griega partiendo por una continuación a la historia. Telémaco y Telégono, los dos hijos del héroe Odiseo –en realidad, sólo Telémaco figura en el poema épico griego-, se encuentran en el funeral de su padre. La obra rescata detalles del original entre juegos escénicos, que más que recordarla, componen un pegoteado de citas cinematográficas y musicales, pero articulado con un dominio del espacio-tiempo teatral que si no confunde ni divierte al público, al menos consigue confrontarlo con sus referencias de lo que está viendo y de lo que esperaba ver.
El retrato del actor hollywoodense Kirk Douglas como difunto héroe de guerra, pelea de sumo, chilenismos en lengua ficticia, danza de glúteos, numerosos artilugios mágicos y toda la elocuencia de los actores Thomas Niehaus y Paul Schröder, son algunos elementos que caracterizan este teatro. Para broche de oro, los dos hermanos destrozan con eufóricas motosierras el ataúd del padre difunto. Un final delirante que en nada disipa la pregunta acerca de las intenciones de Romero Nunes con el texto original.
Die Odyssee. Eine Irrfahrt nach Homer es un viaje sin destino hacia Homero. Pero tomando en cuenta la tradición insoportable a la que el teatro contemporáneo está afecto, de relectura, reposición y reversión de clásicos, y su histórica erudición por la estética y mitología griegas; se torna difícil pensar la irreverencia de Romero Nunes como un mero acto de ingenuidad. Se trata de un joven director cuyas celebradas producciones ya constituyen una empinada carrera en el medio teatral alemán. ¿Es esta apuesta saturada nada más que el resultado de intentos fortuitos y accidentales; una suerte de construcción arbitraria? ¿O induciría, más bien, al cinismo que permite una mejor distancia para la crítica de esa idealización un poco ridícula y cercana al fetiche que tiene el teatro en su vinculación con lo épico?
Dos elementos de premeditación mayor obligan a desechar la tesis del accidente, lo fortuito y lo arbitrario: primero, una ejecución impecable, tanto en la escenificación y técnica, como en el desarrollo interpretativo de los actores. Segundo, aún con algunas dilataciones, la existencia de una trama lineal. Pero centrándonos en la cuestión del cinismo, la insolencia (en el sentido griego) constituiría algo que es propio del espíritu relajado y paródico del carnaval antiguo, y del surgimiento de la conciencia satírica. Algo que Sloterdijk definió como dialéctica de la desinhibición. Los espacios para dicho relajo moral serían el carnaval, la universidad y la bohemia. Allí es donde la ventilación de la insolencia es más tolerada.
Un director que conoce a la perfección sus posibilidades y maneja los límites del escenario tan bien como los cánones del medio teatral es capaz de hacer que el desconcierto de la audiencia se vuelva fascinación. Su soltura cínica faculta a esta Odisea de dicha tarea, pero si se le perdona su exageración e irreverencia podría ser incluso a causa del lugar: la presentación fue realizada en el teatro de una universidad, dispositivo perfecto para la amortiguación social. De otro modo, parecería increíble que entre algunos detractores y confundidos, Romero Nunes reciba al término tan caluroso aplauso de la audiencia.