Andrés del Bosque: “‘¡Parlamento!’ tiene la misión de promover una manera cómica y alegre de expresión”
Nací en Santiago, un 3 de marzo de 1953, en la clínica Madre e Hijos en el barrio República,
mi padre me miró las orejas y dijo: “éste va a ser juglar”; mi madre dijo: “será arquitecto”
y el cura sentenció: “será lo que Dios quiera… menos cura”. (Andresdelbosque.com)
Andrés del Bosque es, como él mismo se define, un “comediante de la lengua”. Un actor, dramaturgo, director, investigador teatral y docente que abandonó la carrera de Arquitectura para ir en busca del teatro.
Movido por la risa y de “los mundos fronterizos” entre los arquetipos en los que está presente: el clown, el payaso, el bufón y el juglar, pasó por el Teatro de Cali, la escuela de Philippe Gaulier y carpas de circo. En estos centros de la alegría y el placer del juego, aprendió de grandes referentes como Tony Coligüe, Tony Caluga y Don Tomás Corales, Vladymir Kriulov, Antonio Fava o Enrique Buenaventura.
Pasado el tiempo, llegó a la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid, donde permaneció ocho años como especialista en clown y bufón. Hoy sigue en España, concentrado en una tesis doctoral que será una teorización de todo este tiempo de convivencia y búsqueda intuitiva del humor.
¿Cómo comenzó la relación con Tryo Teatro Banda?
La relación con la compañía es la relación con Francisco Sánchez. Es un amigo y un creador extraordinario que llega a trabajar conmigo a Las siete vidas del Tony Caluga. Francisco es un creador obsesivo, imparable y maravilloso; es alguien que estimula y que fue capaz de crear las condiciones económicas y creativas para que yo pudiera volver a Chile y nos juntáramos en ¡Parlamento!.
El primer planteamiento que Francisco me hizo con ¡Parlamento! me pareció particularmente interesante porque ya encerraba una contradicción, y el teatro es conflicto. Él quería crear un parlamento a partir de un monólogo. ¿Cómo íbamos a hacer para convertir un monólogo en un parlamento? Descubrimos que, por una parte, con Tryo Teatro Banda existía la capacidad de crear un mundo musical y Francisco se llenó de instrumentos. Para ordenar eso se necesitaba el trabajo de un director de orquesta sinfónica y yo no lo soy.
Fue muy interesante manejar ese diálogo. Después, hubo que trabajar en el monólogo desde el punto de vista de la comunicación para que estuviera fundada en la oralidad. Los mapuches son una cultura esencialmente oral, con una riqueza del lenguaje extraordinaria, y una poesía que ya quisiéramos conocer mucho más de ella. Francisco traía ya una idea de la oralidad, pero no tenía ningún guion escrito. Se lanzó a contarme la historia, y empezamos a montarla.
¿Cómo manejaste el proceso de puesta en escena a partir de una dramaturgia oral?
Ahí había otra contradicción porque resulta que todas las leyes y todo lo que se ha escrito ha sido la gran traición de la posibilidad de crear un Estado, una nación del lenguaje. En primer lugar, descubrimos que la Conquista ya era, hasta cierto punto, una traición de los lenguajes originarios a través de la imposición de una lengua. Además, Francisco aportaba otra cosa que era el mundo de los sonidos, el venía de un mundo de la onomatopeya -que habíamos visto en el trabajo de Darío Fo- y lo relacionamos con La conferencia de los pájaros, que hizo tiempo atrás Peter Brook.
Por otra parte, ¿qué pasaba con el contexto? ¿Qué sentido tenía contar aquellos parlamentos hoy día? Nos dábamos cuenta de que teníamos encima la Asamblea Constituyente, la necesidad de acabar con una Constitución que pertenece a las épocas de dictadura, a una época que realmente no había diálogo -el no parlamento-, y hoy día es necesario que existan alternativas nuevas que nos muestren de qué modo la política tiene posibilidades de ser asunto de mayorías y asuntos de participación, y no de democracias representativas que son democracias protegidas, que lo que hacen es impedir que tomemos la decisiones indispensables para reconocer al otro como legítimo, el otro en la convivencia, que es lo que nos plantea Humberto Maturana. Él dice que hay que hablar y es lo que también está planteando Francisco en ¡Parlamento!.
¿De qué elementos se sirve el protagonista de ¡Parlamento! para animar ese diálogo?
Lo primero que vemos es un escenario de papel, de esa celulosa en la que se han convertido los bosques de Chile, previamente confiscados a través de papeles notariales y de pactos hechos a las espaldas de los que eran sus dueños.
Luego, aparece el “coyón” o payaso sagrado, es decir, el humor. Nada de lo que decimos lo vamos a decir con el fin de enfrentarnos. Estamos dialogando y hablando de una manera amorosa, queremos conversar incluso con aquellos que son unos ladrones y unos perpetradores. Crear a través del diálogo. Eso sí, cuando se sacan las pistolas, se acaba el diálogo, se acaba el parlamento y se acaba el humor. Humor y humor a través del payaso sagrado, de la risa y de la alegría, aunque también de la sátira. No nos olvidemos que no todo es la risa infantil y la risa inocente. Se habla tanto de que los chilenos tienen tanto humor… ese humor hay que emplearlo en transformar las estructuras y las instituciones. A nosotros nos interesa una ley, un parlamento, una justicia en la que podamos dialogar, en la que los jueces escuchen lo que se habla en los cabildos y en la calle.
Para ello, el payaso sagrado es fundamental; el papel, fundamental; pero también está la cartografía y ver cómo se han ido apropiando de las regiones. Sobre ese mapa que dibuja Francisco -como si fuera Jackson Pollock- y hace toda una representación -sí, muy cómica-, pero nos está diciendo también que a través de la cartografía nos hemos ido apropiando como emigrantes europeos de territorios no solamente geográficos, sino también humanos, de lo que legítimamente pertenece a los pueblos originarios.
¿De qué forma esperas que responda el público a esa invitación a la conversación?
Yo veía que Francisco, además como alguien especialmente hábil como director de coros, era la persona indicada para hacer cantar, para achuchar al público, para hacerlo dialogar en una verdadero cabildo. Y ahí creo que todavía hay cosas que desarrollar en ¡Parlamento!, conversaciones que tener y parlamentos/acuerdos que desarrollar con Francisco en ese aspecto. Pero no nos olvidemos, por otra parte, que Francisco cuenta con una práctica muy grande y él está descubriendo de manera viva y a través de las funciones cuáles son los límites, lo que está permitido dentro de ese diálogo.
Creo que todavía el público podría entrar más, que ¡Parlamento! sea una llamada a que la gente hable, a que la gente termine la funciones parlamentando pero con retórica, con capacidad de comunicación. No solamente con una especie de farfullar las cosas, que es muy típica también de las culturas mestizas, de la cultura ladina, de no decir las cosas abiertamente sino que también una cultura un poco más directa. Creo que ¡Parlamento! tiene esa misión: ha de promover una manera cómica y alegre de expresión para aquellos que están viendo y disfrutando el espectáculo.
¿De qué modo participas en la evolución del montaje desde la distancia?
Hay una persona fundamental en esto que es José Araya Véliz, el asistente de dirección, que es un lujo. Una persona que tiene una intuición a nivel de la dirección extraordinaria. Cuenta Francisco con unas armas magníficas desde el punto de vista de los testigos -los que estamos fuera- y por otra parte, a nivel de la producción, tiene ni más ni menos que a Carola González y a un elenco que está muy pendiente de colaborar. Digamos que Francisco cultiva el cooperativismo y está recibiendo los frutos que se merece al respecto. Aquellos que creamos equipos, que creemos en el trabajo colectivo, no nos faltan nunca las oportunidades para desarrollar este tipo de trabajo.