Ópera, el público como artista
Este texto fue creado en el Taller de Crítica a cargo de Javier Ibacache, el cual forma parte de las actividades de LAB Escénico de Teatro Hoy 2017. Por esto mismo, los comentarios que aparecen a continuación son de exclusiva responsabilidad de su autor, y no corresponden necesariamente a la opinión de Fundación Teatro a Mil.
Al ingresar a la sala Agustín Siré de la Universidad de Chile para presenciar Ópera, obra de la compañía ANTIMÉTODO, lo primero que puede sentir un espectador es desconcierto: ausencia de escenario y butacas, ocho maniquíes colgando desde el techo de la sala y la extraña instrucción de “circular” por el espacio. Una vez dentro, lo que sigue se deja a la espontaneidad del público asistente, quienes van acompañados cometan la extraña situación por la que pagaron un boleto, otros miran las figuras colgantes tratando de descifrar lo que sucede y prever lo que vendrá. Por fin, por una puerta lateral aparecen los artistas. Sonrientes y alegres cruzan el espacio saludando al público, entablando pequeños diálogos, esperando réplicas igual de espontáneas como las suyas. Finalmente cada uno se ubica bajo su maniquí correspondiente e invita a los asistentes a que se acerquen con la finalidad de dirigirse a ellos en un idioma que pareciera el italiano y hablar sobre su papel en la obra.
La anterior descripción sirve para situar el propósito fundamental que tiene esta obra, el cual, en términos sencillos, sería el de vivir una experiencia. Pero cabe preguntarse qué tipo de experiencia. Esta pregunta nos parece que remite a dos tipos de experiencias complementarias. En primer lugar la experiencia del teatro. El contacto inicial con la sala tiene la finalidad que el público se apropie de dicho espacio, ya que será lugar de circulación y también de interacción; y en segundo lugar la experiencia del lenguaje, a través de sus distintos dispositivos.
Un punto a señalar es que estas dos experiencias tienen un carácter complementario y requieren que el público juegue un rol escénico y no meramente contemplativo. El primer momento en que se produce esta convergencia de experiencias es cuando los artistas se instalan bajo el maniquí que viste la ropa de su personaje. En este momento el público se “entera” que asistirá próximamente al re-estreno de la ópera Lautaro, la primera de su género escrita en Chile por Eliodoro Ortiz Zárate y estrenada en 1902, siendo la compañía a cargo la italiana Pantanelli.
Pero el diálogo no se limita a proporcionar información relativa a su personaje, sino que los actores se toman la libertad de juzgar la obra, el vestuario, la idiosincrasia chilena, e incluso chismear a sus propios compañeros, entablando pequeños diálogos con quienes escuchan y solicitando su aprobación ante una afirmación. Por tanto, en términos concretos nos encontramos a actores interpretando a actores. De lo anterior se concluye que cuando aparecen los artistas la obra da inicio y que el público asistente forma parte de ella, ese espacio por el cual circuló es el escenario y ella y él se vuelven actores, posiblemente de una recepción previa a la representación operística.
El doble rol de los artistas se evidencia con la representación de Lautaro. Es en este momento que el público se enfrenta a los distintos lenguajes. El primero, sin duda, es el de una lengua extranjera, el italiano, el cual sin embargo, no representa una dificultad comunicativa ni para el público ni para los actores . Ya con el primer acto nos enfrentamos a la visualidad como lenguaje constructor, esta vez desprovisto de sustento lingüístico. Este consiste en la construcción de imágenes que representan las distintas escenas; pasando al segundo acto. Este se corresponde con la representación operística en sí. Pero en el tercero se produce el momento extremo de esta experiencia: la lengua mapuche es el soporte de todo el acto, cuyos parlamentos se hace necesario traducir y proyectar a través de la pantalla disponible en la sala
El carácter complementario de ambas experiencias forma parte del discurso ideológico que porta Ópera y se vincula con la problemática central que tiene Lautaro. Efectivamente, son variados los lenguajes a los cuales se enfrenta el público (teatral, operístico, lingüístico), pero es uno que se le presenta como totalmente ajeno: el mapudungun. Su desconocimiento muestra el olvido en el que se ha mantenido a una cultura viva y constitutiva de la nación. Para hacer visible esta carencia la elección artística escogida, en virtud de lo revisado anteriormente, es sumergir al público en la ficción, enfrentarlo directamente con los lenguajes, para que en la práctica evidencie esta problemática. Que una ópera, manifestación artística de alta cultura trate una temática indígena ya resulta problemático, pero es en el lenguaje en que evidenciamos nuestras carencias. Por lo tanto, la obra busca impactar y hacer reflexionar al público desde su experiencia concreta, vinculando distintos lenguajes para así enfrentarlo con distintas realidades que dialogan en el mismo espacio.