25.8.2016 | None
Sergio Aravena: Un vestuarista con más de 44 años de amor por el teatro
Agosto no es tan frío desde la oficina del realizador de vestuario del Teatro de la Universidad Católica, Sergio Aravena, ubicada en el segundo piso de la casona que colinda al teatro universitario y que mira hacia el oriente. Se siente el tibio sol de la mañana, que calienta este refugio de la confección, mientras Sergio me cuenta que está cociendo un nuevo pantalón para Francisco Sánchez de Tryo Teatro Banda, protagonista de O’Higgins, un hombre en pedazos que está con temporada. A esto agrega que el trabajo no es muy demandante, porque muchos de los vestuarios son traídos de afuera.
Mientras se escucha la Radio Beethoven parte su relato, son más de 40 años dedicados a la realización de vestuario, que implica trabajar mano a mano con los diseñadores durante todo el proceso de confección de las prendas. Ha cocido para los más importantes teatros y con los más grandes diseñadores, entre ellos Sergio Zapata, fallecido el pasado 9 de junio, y con quien montó la última temporada de Esperando la Carroza; también trabajó con Pablo Nuñez, Germán Loguetti, y Monserrat Catalán.
Últimamente le ha tocado estar al servicio de estudiantes de la Universidad de Chile, como Catalina Devia que fueron alumnas de Zapata. Pero el teatro no ha sido su único foco, también incursionó durante los 90 en comerciales y a lo largo de 10 años fue asistente del humorista Coco Legrand.
“Soy un convencido que las cosas llegan solas, sin uno proponérselo. Cada uno tiene un destino”, reflexiona. Esto porque antes de dedicarse de lleno a la confección trabajó de empleado administrativo, de cajero en Cimed, una compañía industrial metalúrgica. Ante esta realidad, “nunca pensé que mi futuro era la aguja y el hilo”, reflexiona.
Hasta los 12 años Sergio Aravena vivió en San Antonio, su madre lo dejó con unas amigas muy cercanas que quería como hermanas, para salir a trabajar a Santiago. Estando allí tuvo su primer acercamiento con el vestuario como objeto de valor. “Debajo de mi cama había unos cajones con números de la Revista Zig Zag y yo vibraba con los bailes de estreno, de las niñas de bien. Me llamaba la atención los vestidos. Usaba mis cuadernos del colegio para dibujar novias, y mi mamá siempre me retaba”, asegura.
A los 13 años se traslada a Santiago y cuando tenía 18 años comenzó a ir a los clásicos universitarios, en donde los estudiantes de la Universidad de Chile y Católica preparaban espectáculos de teatro antes de que comenzara el fútbol en el Estadio Nacional. Fue en los año 60 cuando adquirió fuerza el teatro de masas, que con el tiempo se profesionalizó y alcanzó su máximo esplendor cuando el director que representaba a la tienda azul, Rodolfo Soto, se enfrentaba con Germán Becker, del club cruzado.
Siendo un adolescente, el futuro sastre, asistió con amigos a disfrutar de estos eventos que se llevaba a cabo con estudiantes de colegios como el Liceo 7, el Instituto Nacional, entre otros. Hasta que, mientras estudiaba en el Liceo Nocturno Mixto Federico Hanssen (Liceo Aplicación) y trabajaba en la Librería Colón, vio un aviso que convocaba a participar de la barra. “Me llamó la atención, ese colorido de trajes, de vestuario, el movimiento de gente, y que el estadio estaba siempre repleto, no se veían ni las escaleras. Fui y me inscribí y desde ese momento no falté más”, cuenta.
Formó parte de la organización por diez años, su labor era recibir el vestuario y ordenar las prendas de acuerdo a los clásicos en que se usaron. “Eso no era un trabajo de todos los días, era esporádico, entonces tenía que seguir en la librería pero siempre me tiraba la cosa del vestuario, aunque escasamente sabía cosas…de hecho a penas podía enhebrar una aguja”, cuenta entre risas. “Sin saber nada fui aprendiendo, aprendí a coser a máquina, y desarmaba una cosa para crear otra”, agrega.
Esos fueron sus primeros pasos, hasta que un bailarín del Teatro Municipal lo recomendó para trabajar en una sastrería hilvanando. De allí llegó a trabajar con Eloísa Fosa, quien estaba a cargo de la ropa para el Teatro Municipal, donde conoció a reconocido diseñador teatral, Sergio Zapata quien se encontraba planeando el vestuario de la obra Fulgor y muerte de Joaquín Murieta en el Teatro Nacional Chileno. Este encuentro sería un adelanto de lo que pasaría más adelante. Sergio Aravena partió a vivir a Buenos Aires por tres años, allí se dedicó a trabajar en una boutique y aprendió más de oficio. A su regreso se reencontró y formó una alianza con Zapata, la que no terminó hasta la partida del diseñador, “él hacía los diseños y yo realizaba, siempre estuve con él y fue un gran compañero, uno de los más grandes diseñadores de este país”, recuerda.
Trabajó en el Teatro Hollywood con la obra Fausto Shock, también hizo comerciales con la diseñadora Montserrat Catalá, y a veces no tenía tiempo ni siquiera para almorzar o dormir. Siguió cociendo solo desde la casa, siempre para teatro. “Mi primera obra fue La virgen de la manito cerrada, en el Teatro El Ángel a cargo de Bélgica Castro, Anita Klesky y María Cánepa, luego de eso vinieron muchas obras más”, relata.
Sergio Aravena es un hombre con una memoria de elefante, recuerda cada detalle, y si no acierta acude a su baúl, una especie de archivero con un sin número de artículos de prensa y programas de mano de las obras en las que él ha participado, “aquí están todos los recortes desde el año 73 en adelante, ya son viejos pero es un trabajo de documentación importante”, cuenta.
“He realizado miles de vestuarios y creo que he dedicado la misma cantidad de horas en eso. En mi casa tenía una pieza para cocer, tomé los maniquí y me los traje para acá (al Teatro UC), más todos los hilos. Las máquinas me las compraron aquí porque no había taller antes que llegara”, relata.
Gracias al trabajo que realizó con Zapata y Catalá, llegó a trabajar a las dependencias del Teatro de la Universidad Católica, “pasé años haciendo ropa en un camarín que esta debajo del escenario. Fueron muchos años sin ver el sol, pero lo pasaba tan bien y cocía tan feliz”. Allí confeccionó para obras como Doña Ramona, Casa de Muñecas y Ocúpate de Amelia.
Simultáneamente trabajó en el Teatro de la Universidad de Chile, hasta que en el año 2007 llegó a trabajar de manera permanente al teatro de la Católica. En lo que es su actual taller, estaba toda la ropa desordenada ya que no había nadie que se dedicara de lleno a esta labor, hasta que llegó él y decidió tomar las riendas. Le compraron máquinas, y condicionaron la habitación para que continuara su trabajo.
Sergio Aravena nunca se ha quedado tranquilo, es proactivo y siempre está colaborando con diferentes proyectos, tanto así que a sus 73 años participó del montaje La viuda de Apablaza que se encuentra con temporada en Centro Cultural Gam. Sin embargo, asume que las personas que se dedican al trabajo de sastre ha disminuido y no hay un reconocimiento a su labor. “Encuentro que el dicho todo tiempo pasado fue mejor es verdad, antes había más interés en obras con grandes producciones”, indica.
El diálogo es lo más trascendental, hay mucha camaradería porque los dos estamos en las mismas. Cuando veo los bocetos de las alumnas recién egresadas les hago las preguntas básicas, como por ejemplo cuál es la forma del diseño por atrás. Con 44 años de trayectoria uno va dialogando y recomienda algunos cambios.
Primero que todo que ame lo que está haciendo, no porque le van a pagar o le va a ir bien. El hacer ropa se lleva en el corazón y uno tiene que hacer con cariño las cosas.
Hasta que me de el ojo para enhebrar la aguja.