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3.12.2015 | None

María Onetto: “El teatro es una profesión noble, ya que necesita de todos”

María Onetto: “El teatro es una profesión noble, ya que necesita de todos”

La aplaudida actriz argentina estará presente por partida doble en el Festival Internacional Santiago a Mil 2016, con las obras Personitas de Javier Daulte y Los corderos de Daniel Veronese. Antes de que aterrice en Chile, hablamos con ella sobre su destacada y particular trayectoria sobre la que asegura: “Nunca quise ser actriz”.

Por Karina Mondaca

A diferencia de muchos colegas, María Onetto nunca soñó con ser actriz. Para ella, la actuación era sólo un hobbie que descubrió cuando estudiaba psicología. “En principio no sabía que quería ser actriz. Vengo de una familia de clase media, donde el tema de ser universitario es algo que te transmiten muy fuerte. Como tengo una hermana sicoanalista, todo ese mundo me parecía súper estimulante, y por eso estudié súper convencida”, explica desde Buenos Aires.

Pero la pasión por su carrera no fue suficiente, y después de titularse, María decidió no ejercer y comenzar a incursionar cada vez más en el mundo del teatro. Primero estudió en la Escuela de Hugo Midón, luego con Luis Agustoni y después en el Sportivo Teatral dirigido por Ricardo Bartis. Allí no sólo aprendió, sino que se apasionó y comenzó a transmitir sus conocimientos a través de las clases que dictaba a nuevos alumnos. Sin embargo, no se atrevía a subirse a un escenario. “Me costó porque no tenía el perfil que yo veía que tenían mis amigas actrices o las otras personas que les iba más o menos bien en la profesión, fuese una cosa de actitud o su belleza. Yo soy tímida y tengo como un perfil muy ligado al estudio, a los libros. Más racional y con ‘menos calle’ que el resto de las personas que me rodeaban”, explica la artista. Y continúa: “Se sumaba también el factor de poder vivir económicamente de la profesión, pero lo más determinante fue que yo misma no me lo permitía”.

Diferentes factores tuvieron que coincidir para que finalmente diera el primer paso, aun cuando habían pasado más de diez años. “En ese tiempo no estaba viviendo en Buenos Aires y estaba empezando a ver si estudiaba Letras, porque ser actriz es muy vertiginoso en su forma de vivir. Un día, me doy cuenta que no podía vivir fuera de la capital, que lo de estudiar letras no me funcionaba, y de la nada sonó el teléfono”, recuerda la actriz. El llamado era de Rafael Spregelburd, actor, director y dramaturgo a quien conocía por ser alumno del Sportivo Teatral, y que la invitaba a participar del montaje Raspando la cruz. “Si bien no éramos cercanos, yo era asistente y lo veía en las clases. Pensó en mí para hacer el personaje, me llamó y me alegró muchísimo. Lo viví como un signo medio mágico, porque estaba yo estaba pensando ‘no quiero estar acá’, y alguien me dice ‘veníte a la capital a actuar’”.

Tras esa primera participación, algo cambió en la vida de María y nunca más se bajó del escenario. “Hay algo en la energía, en la forma en la que uno ve el mundo y lo que significa ese momento del día, el de actuar, que lo disfrutaba mucho. Después apareció esta sensación de que no estaba sola, que había un montón de personas generando cosas, y que si bien yo no era alguien que escribía o dirigía en ese momento, había otros que podían necesitar de mí en sus intenciones de dirigir o escribir”, explica la actriz sobre las primeras motivaciones que la tienen hasta hoy trabajando en la misma área, y que despejaron toda duda que puede haber existido. “Al principio, a mi alrededor, se pensaba que me había equivocado al decidir ser actriz, ya que era algo en lo que me estaba desaprovechando, que era un mundo que no me correspondía. Además, yo sentía que no tenía el perfil de actriz necesario, y de seguro que algunas otras personas lo pensarían también. Entonces me confirmó y me alegró, porque yo sentía que le estaba dando lo mejor de mí a la actividad”.

Ahora, a más de dos décadas de su debut y una veintena de obras en su carrera, María mira con optimismo el futuro: “El teatro es una profesión noble, ya que necesita de todos. De todas las edades, todos los perfiles, todas las variedades y singularidades que tenemos los seres humanos. Todo eso se necesita en el teatro. Eso es siempre un estímulo para hacerle honor a la profesión, que es una gran actividad”. Y bromea: “Si hubiese querido ser deportista, bueno, se me pasa el tiempo y estoy frita”.

Por partida doble

En enero de 2016, María aterrizará en Chile en dos dos obras que participan del Festival Santiago a Mil, situación que ya motiva de sobremanera a la actriz: “El estar con dos obras es muy interesante. Es mi primera vez estando con dos trabajos en un mismo festival, y me gusta, porque hay permite que el público vea que uno es un ‘todo terreno’, que puede tocar varias cuerdas a la vez. Creo que eso me va a permitir mostrar varios aspectos expresivos míos”, asegura al público chileno.

En total, serán cinco las funciones en las que los espectadores podrán verla en escena. El primero de ellos será Personitas de Javier Daulte (7 al 9 de enero, Sala Antonio Varas) y luego Los corderos de Daniel Veronese (18 y 19 de enero, en el mismo lugar); dos trabajos argentinos en los que demostrará su talento.

Antes de Personitas, ya habías trabajado con Javier Daulte. ¿Cómo describes el trabajo de él? ¿Cómo ha influido su dirección en ti?

Con Javier somos amigos. Él me ha dirigido en distintas obras, como Faros de color, La escala humana, Nunca estuviste tan adorable, Un dios salvaje y ahora en Personitas. Él ha escrito grandes obras, y para mí, grandes personajes. Es alguien que tiene una gran ambición creativa. Es un creador de mundos en sus obras, llenos de detalles, llenos de temas, con un barroquismo –en el mejor sentido-, un bordado de situaciones en un mundo que siempre es muy simpático, muy divertido, y donde se pueden ver los riesgos que se toma el autor y el director.

Me conoce mucho y es otra de las personas que, para mí, participar en una obra de él y ponerme al servicio de eso que él piensa o armó, es muy lindo. En Personitas no hubo ninguna visión económica, no tuvo prensa por dos años y fue hecha de la manera que fue hecha: queríamos que se impusiera por sus valores teatrales, actorales. Y así fue, porque de a poco se armó un boca a boca muy importante para la obra.

¿Con qué nos vamos a encontrar en escena cuando veamos Personitas? ¿Cómo se conecta esta historia en la que vemos a un grupo de adultos, pero que parecen unos niños, cada uno de ellos atormentado por cosas distintas, el mundo de estas personitas, y el mundo en el que vivimos?

Son tres hermanos que tienen en el garaje de su casa a estas criaturas que ellos llamas personitas, una pequeña civilización, un pequeño mundo en el cual el hermano varón es el más atento a ellos, mientras que sus hermanas lo ayudan a cuidarlos en esta especie de panales de abejas. Él pasa la mayor parte de su tiempo en eso, mientras que cada una de ellas tiene una pareja, y viven en esta época pensando en el casamiento, o la sexualidad de esas mujeres. En este mundo un poco endogámico, reciben el interés muy grande de una vecina que los visita, y que les permite vincularse con estas personitas. A partir de ahí, de esta presencia de esta niña, se va a desarrollar el camino de la obra que también tiene bastante humor, simpatía y algo tierno, y otras zonas más densas. Un poco lo que dice Javier, es una obra sobre la ingenuidad.

Personitas, sobre todo, es un trabajo de exploración en relación a temas muy enormes como dios, extraterrestres, la vida familiar de tres hermanos en los años cuarenta. Tiene un camino muy bien intrincado, porque uno se puede preguntar ¿cómo puede unir todo eso? Bueno, lo hace, pero no sólo los junta, sino que los desarrolla. Javier no es una persona que anuncia para dejarlo pasar. Te abre una punta y después la cierra.

Hablemos de Los corderos. Tampoco es la primera vez que trabajas con Daniel Veronese. De hecho, junto a él estuviste la extensión del Festival de Buenos Aires (FIBA) en Chile 2013, mostrando Sonata de Otoño. ¿Cómo es su relación? ¿Qué te gusta de su trabajo?

Daniel es un director donde todo lo solemne, lo teatroso, la impostura teatral, es rechazado. No le interesa ese lugar del oficio del actor, el de usar herramientas conocidas para abordar un personaje. Es alguien que tiene muy claro lo que no le gusta, y abre el juego muy libremente para que uno muestre algo con el que él pueda decir, ‘sí, vamos por acá’. Su trabajo siempre es muy limpio, y nada se siente como una escenografía. Lo mismo con la ropa. Hay algo que produce un aquí y ahora, de una verdad bastante intensa, a raíz de esos procedimientos que él usa.

A mí, después de tres obras, me parece que me conoce mucho. Me saca bastante de mis zonas cómodas y yo soy muy de meterme, de opinar, de hacer reflexiones de la obra. También tengo ciertas demandas, un rol activo en los procesos, y él es bastante paciente con este estilo mío, porque a veces para un director puede ser complicado. Pero siempre he sido una actriz al servicio de la dirección, y eso es lo que me interesa a mí: estar al servicio de alguien que está a cargo de la totalidad, no hacer un camino personal o exclusivamente para mí, sino que hacer una obra bien hecha en la que todos tengan su momento para lucir.

Cuéntame sobre Los corderos y su propuesta.

La obra es de Daniel, escrita en 1993, y que ahora se propuso reescribirla, ya que había algo en este mundo de Los corderos que le interesaba. Es una historia formada por un matrimonio (Berta y Tono), que se separa después de estar mucho tiempo juntos, que tienen una hija y pertenecen a la clase media baja. En ese proceso de separación, aparece sorpresivamente un novio de la adolescencia –aunque uno se va a enterar después del por qué-, desatando la obsesión, los celos de Tono por este hombre. De ahí empieza la dinámica de la obra, que tiene mucho de realismo sucio, humor negro, algo muy desopilante. Es muy teatral, muy lúdica en su propuesta, muy intensa. Tiene un arco muy grande de campo emocional, desde el humor hasta zonas muy dramáticas intensas.

El título Los corderos apunta a que no hay personajes positivos o negativos, sino que todos necesitan de atención y perdón. ¿Cómo vemos eso en escena?

Exactamente. Lo vemos cuando los personajes sienten el derecho de que sus exigencias sean respetadas, a que sus sufrimientos sean reconocidos. Después se va a ver que estos mismos personajes son perturbadores y dañinos para los demás. No se ve en algo discursivo o en algo heroico, sino que en una situación teatral donde hay personajes contando una historia, contando un relato, con todo lo difícil que eso es. Cuando termina, cuando ya has hecho el recorrido con ellos, todo hace sentido.

Foto: María Onetto –  http://elcaleidoscopiodelucy.blogspot.cl/

 

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