28.5.2016 | None
Las crisis y las oportunidades de la danza en Chile
El movimiento del cuerpo, siguiendo el compás de una melodía, es una de las más ancestrales formas de expresión. Es también un clásico método de interacción, que se ciñe a las particulares y diversas manifestaciones culturales de cada grupo humano. Tal como lo hacemos con el lenguaje y los idiomas, por nuestras formas de bailar nos reconocemos, dotando a esta expresión con una importante carga de nuestra identidad.
El dominio profesional de la danza viene cultivándose desde hace años, para enseñar y trabajar la técnica de elaborar un discurso estético y artístico a través del cuerpo. En Chile, la formación en esta disciplina se encuentra disgregada en diferentes institutos y universidades, que imparten programas de estudio para preparar a los futuros exponentes de este arte escénico.
Fue en octubre de 1941 cuando la Universidad de Chile abre por primera vez las puertas de su Escuela de Danza. Desde ese momento, se inicia un camino de formación que dotaría posteriormente el desarrollo artístico nacional de destacados representantes y cuerpos de baile.
No obstante, los primeros meses del año 2016 fueron difíciles para este plantel universitario. La Facultad de Artes paralizó sus labores académicas para manifestarse por la falta de horarios y espacios donde danza pudiera ensayar periódicamente. No obstante, la precariedad denunciada por los estudiantes, a la que posteriormente se sumaron los docentes, es para algunos la evidencia de una profunda transformación, que nace por la democratización y la promoción de la disciplina.
La crisis que evidenciaron los estudiantes de la Universidad de Chile es, para Bárbara Pinto Gimeno, un problema estructural. La coreógrafa y licenciada en artes de esta misma institución, asegura la oferta de programas académicos de danza es reducida. Sin embargo, “lo que se necesita no es necesariamente que más universidades impartan la carrera, sino que las que ya están tengan buena calidad: una buena malla curricular, acorde a las necesidades contemporáneas de este arte; un destacado equipo de profesionales y, además, una buena infraestructura que ofrecer”. Al detallar los requerimientos de esta exigente disciplina, Bárbara concluye que “no hay ninguna universidad que ofrezca hoy todas estas condiciones juntas”.
Por otro lado, Andrés Cárdenas, coreógrafo egresado de la Universidad de Chile y director de la Compañía Danza de Papel, observa con optimismo este proceso detonado por la Facultad de Artes. “Creo que en los últimos 10 años ha habido un gran auge de la disciplina de la danza en Chile”, asegura, agregando que la movilización de los estudiantes es la respuesta a una renovada promoción de la disciplina en diferentes circuitos culturales del país. “Cuando se desarrolla una disciplina artística, eso implica mayores necesidades de infraestructura, presupuesto, espacio y bibliografía. Precisamente por el desarrollo disciplinar se requieren más cosas que antes no habían. Por lo tanto, la crisis de este momento en la danza es, a mi modo de entender, precisamente por el auge en su desarrollo”.
A pesar de las positivas transformaciones que algunos perciben en el circuito artístico nacional, Bárbara Pinto hace una lectura crítica. “En términos bien concretos, la danza en comparación con el teatro, por ejemplo, siempre ha sido menos numerosa. Son menos las universidades donde se imparten, menos los espacios dedicados a programarla”, asegura.
Sin embargo, y como un contrapunto a esta debilidad formativa, Bárbara destaca el rol que cumplen los gestores culturales independientes, al incluir obras y experiencias de creación dancística en sus programaciones. “Creo que Centro GAM ha ido poco a poco apoyando la escena local y existe otro espacio, como NAVE, donde el eje de programación sí está en la investigación, la creación y las artes contemporáneas”, señala.
En la misma línea, Andrés Cárdenas asegura que “en términos institucionales, la danza correspondía a una elite social”, pero que sus formas urbanas y contemporáneas la “han democratizado. Se ha popularizado y se han abierto espacios para que gente de diferentes estratos sociales pueda entender la danza también como una herramienta de transformación social”.
De esta manera, ambos exponentes valoran y promueven este carácter único de la danza, que tiene una dimensión “terapéutica, de inclusión e integración social. No solamente sirve desde el punto de vista del espectáculo, sino que aporta al desarrollo psicomotriz y psicosocial del ser humano”, dice Andrés. Bárbara agrega que la experiencia de la danza no puede ser sólo entendida “como el desarrollo de habilidades o destrezas físicas, sino como un arte que permite entregar experiencias sensibles y muy ricas, tanto cognitivas como afectivas”.