2.6.2017 | Cada Minuto Cuenta
Cada minuto cuenta
El Centro de creación y residencia NAVE es un edificio blanco que se luce en toda la esquina de las calles Libertad y Compañía de Jesús, en pleno Barrio Yungay, en Santiago. Dentro de él, decenas de artistas trabajan en sus proyectos, ya sean de artes visuales, performance, danza o teatro. Una de ellos es la dramaturga y directora chilena Manuela Infante, quien durante el último año ha recorrido los pasillos del espacio mientras trabaja para poner en escena su última investigación, Estado Vegetal.
En una sala amplia con un centenar de butacas, la creadora y su equipo están probando las luces que acompañarán a Marcela Salinas, la única actriz que protagoniza la obra. A medida que la directora entrega sus indicaciones, los 14 focos que cuelgan del techo se prenden e iluminan el gran escenario blanco que sólo luce una mesa, una silla y sólo un par de plantas artificiales, de un total de 60 o 70. La luz se apaga, se prende de a poco, a veces de una sola vez, hasta que el lugar queda completamente a oscuras. La directora dice que todo estará listo en 30 minutos.
Metros más allá, en el camarín, Marcela se mentaliza para realizar los últimos ensayos antes de la primera función del montaje. Mientras enciende un palo santo y lo ubica en una planta que la acompaña –“antes solía estar en escena, pero se apestó y quedó acá” –, la actriz confiesa que no tiene ninguna rutina antes de salir a escena, pero que sí confía en la importancia rodearse de buenas energías.
Para ello, prepara su espacio con artículos que le entreguen tranquilidad: fotos de familiares, de un selknam’ y de su proyecto Lágrimas, celos y dudas en la que aparecen junto a un fallecido amigo. En el mesón donde hay maquillaje, un envase con piña natural, también hay un par de figuras de cebras. “Tengo una obsesión con las cebras”, confiesa con una tímida sonrisa. “No sé por qué, pero es algo con los equinos. Cuando chica me gustaban los pegazos, luego los caballos y ahora son las cebras. A veces no me siento bien y me pongo a mirar fotos de cebras para calmarme”, agrega mientras en una de sus manos luce un tatuaje que dice “ZEBRA”.
Para Marcela, la experiencia de crear la obra ha sido única y ha tenido muchas señales. Con el equipo notaron cómo las plantas no resistieron la intensidad del trabajo escénico: el cambio de luces, temperatura, provocó que muchas se marchitaran y sólo una sobreviviera. Esa sigue en escena y fue bautizada como Marés González, como la reconocida y fallecida actriz.
Pero para la protagonista, lo más impactante ocurrió fuera de la sala: Un día vio un accidente similar al que se relata en el montaje, donde un motorista choca con un árbol, provocando trágicas consecuencias. “Iba en bici pasando por avenida Santa Isabel, cuando vi una moto estrellada en un edificio de esquina, justo al lado de un árbol. No lo podía creer. Me tuve que bajar de la bicicleta y me preguntaba ¿qué pasó? ¿Qué es esto? Quise sacar fotos, pero no… fue muy impactante ver algo así y a la vez estar trabajando en eso”.
Estado Vegetal es el primer unipersonal en la carrera de Marcela, y eso la tiene nerviosa. O ansiosa. “Es heavy, porque en el escenario no tienes en quien apoyarte”, confiesa la actriz que durante el montaje interpreta siete personajes de diferente sexo, edad y características. Para lograr no confundirse y hacerlos más cercanos a su realidad, la protagonista bautizó cada uno de sus roles con nombres de familiares y amigos: “En los ensayos hacíamos improvisaciones y yo le empecé a poner nombre a cada uno. A Manuela le gustaron, fueron funcionando y así lo dejamos”. Y vuelve a agregar, “pero es heavy estar ahí sola, porque también te encuentras a ti misma. Como persona y como actriz. Eso es heavy”.