23.4.2018 | Cada Minuto Cuenta
Cada Minuto Cuenta
Es día sábado y una de las sedes de la Universidad Finis Terrae ubicada en avenida Pedro de Valdivia, en Providencia, luce casi vacía. Casi, porque a pesar de ser fin de semana, igual hay personas circulando por el área, conversando o incluso preparando una escenografía seguramente para un proyecto estudiantil. Algo parecido sucede un piso más abajo, donde se encuentra el teatro de la misma casa de estudios, y donde por estos días tiene funciones La desobediencia de Marte, una obra del escritor mexicano Juan Villoro, y donde Álvaro Viguera dirige a Néstor Cantillana y Francisco Reyes.
Néstor Cantillana es el primero en llegar a la sala. Faltan cerca de tres horas para que comience la función, pero pasa el rato mirando su celular y tomando una bebida en uno de los camarines del lugar. “Este tiempo para mí es perfecto, es el ideal para toda obra, porque me permite llegar tranquilo. No es que llegue tres horas antes a concentrarme inmediatamente, sino que me tranquiliza el estar, ¿cachai?”.
El actor confiesa que no tiene ninguna preparación especial, más allá de tomar un café o algo dulce como una bebida. Lo que sí hace, es revisar sus diálogos junto a su compañero, Francisco Reyes. “Como es tanto texto, porque hablamos como 1 hora 40 minutos, lo que hacemos es repasar la obra antes. Eso nos toma como una hora y 20 minutos, que es como hacerla dos veces en un mismo día, sólo que en la primera no hay que comprometerse tanto, hay que estar más relajadito, y en la función es con todo”, explica mientras se arregla la vestimenta que usará en el montaje: unos shorts de jeans negros y una polera sin manga de The Who.
Más tarde agregará: “Como estamos los dos con el Pancho, la idea es darnos tranquilidad. El texto no es sólo letra, sino que letra con movimiento. Si la ensayamos aquí en el camarín, nos pasa que decimos ‘¿qué viene ahora?’. Eso pasa porque no podemos ver cuando alguien se cruza, por ejemplo. Es una acción la que determina el texto, no es el texto por sí solo. Por eso movemos el texto un rato antes, como un recordatorio, esa es la dinámica”.
“Mi proceso es bastante parecido al de Néstor, porque hacemos todo juntos”, dice “Pancho” Reyes minutos más tarde cuando se suma al camarín. Para él tampoco puede faltar el café y menos la revisión de la obra, pero “a una velocidad un poco más autómata, para asegurarnos que el texto esté aquí adentro”, dice mientras apunta su cabeza con el índice de su mano derecha. “Es un ejercicio mental de memoria”, concluye.
Vistiendo una camiseta blanca y un pantalón negro, comienza su preparación: Primero limpia una prótesis de plástico que durante el montaje lucirá sobre su nariz, luego asegurará sus zapatos, y después continuará con su pelo. Aguantando la respiración y poniendo caras de disgusto, con una mano llena de laca su cabellera mientras que con la otra la desordena. El objetivo es que no quede peinado, sino que descuidado y desordenado.
La peor parte llega minutos más tarde, cuando debe ponerse la chaqueta que usa en gran parte de la obra. Es gruesa, abrigadora, dos características que aún se contraponen con el clima que aún es cálido. “Es terrible esta ropa, imagínate cómo estaba en enero”, dice bromeando. “Siempre salimos empapados, porque igual es intensa la obra, así que yo creo que en invierno vamos a salir mojados igual”.
Antes de llegar al escenario comienza a hacer ejercicios de voz, la segunda parte de su mini preparación. O la primera, porque desde antes de llegar a la sala, se enfoca en hacer calentamiento vocal: “Durante el día, antes de venirme al teatro, vocalizo en el auto. Pongo una música africana que me gusta mucho, porque son bien corales, entonces voy cantando esas mismas partes y aprovecho de ir calentando la voz”.
Ya en el escenario, ambos actores comienzan a lanzar líneas del texto que deberán interpretar en menos de dos horas. “Esta es una de nuestras tradiciones, siempre hacemos esto”, dice Francisco sobre el hecho de que Néstor le arregla un cuello de estilo renacentista antes de comenzar el ensayo.
En el lugar se les suma Álvaro Viguera, el director, quien comienza a dar indicaciones para las escenas que repasarán antes de la función. Pero no sólo a ellos, sino que también a los técnicos que están detrás y frente al escenario: así empiezan a desfilar frente a ellos distintas instrucciones sobre la ubicación en el espacio, cuánto moverse a un lado u otro, qué debe repetirse, qué luces corresponden a cada diálogo o incluso cuál el fondo que debe proyectarse en una pantalla al centro de todos los elementos, dependiendo del diálogo que se esté dando.
Son las 20.15 horas, y la acción es interrumpida para dar aviso sobre la limpieza de la sala. Quedan sólo 45 minutos para que comience una nueva función, pero los actores siguen revisando extractos del montaje. Algunos los recitan tal como si estuvieran frente al público, otras los dicen con más humor, ya sea cambiando sus voces o bromeando entre ellos. El ánimo no decae.
“Siempre a las 20.20 o a las 20.30 horas ya estamos listos”, explica Néstor al finalizar el ensayo. “Ahora lo que hacemos es peinarnos, nos terminamos de vestir y es el final”.