22.5.2017 | None
Ópera, una comunión en el escenario
Este texto fue creado en el Taller de Crítica a cargo de Javier Ibacache, el cual forma parte de las actividades de LAB Escénico de Teatro Hoy 2017. Por esto mismo, los comentarios que aparecen a continuación son de exclusiva responsabilidad de su autora, y no corresponden necesariamente a la opinión de Fundación Teatro a Mil.
Por qué, habiendo tantas posibilidades un viernes por la noche en una urbe como Santiago, 80 personas deciden permanecer en una fría sala en penumbras, desplazarse de un lado a otro, y observar a diez performers de una compañía teatral. Por qué quedarse. Qué buscamos al asistir, incluso al participar junto a ellos. Hasta dónde nuestras decisiones como espectadores son propias y no, finalmente, del mismo director.
Varias son las preguntas que arrancan de esta obra llamada Ópera en la que no hay escenario ni sillas. Actores y público comparten el mismo espacio para este montaje que abrió la séptima versión del ciclo Teatro Hoy, que organiza la Fundación Teatro a Mil, y que intenta romper algunos paradigmas de las artes escénicas.
Para contar la historia de los Pantanelli, una compañía italiana que viene a Chile a remontar una antigua ópera, el elenco de ANTIMÉTODO –compañía dirigida por Ana Luz Ormazábal– irrumpe en medio de los asistentes que están de pie en la sala Agustín Siré. Se ubican en distintos puntos y llaman a los espectadores, para hablarles. El público hace caso. Transitan y rotan para escucharlos a todos y armar pequeños grupos rodeando a cada actor. Los Pantanelli se disponen a interpretar la ópera Lautaro, de Eliodoro Ortiz de Zárate, estrenada en Chile 1902, obra que refleja el prejuicio y la ignorancia respecto al pueblo mapuche por parte de la elite. Y lo harán moviéndose por toda la sala, con el público siguiéndolos de un extremo al otro, sentándose o parándose, si corresponde. Se da así una suerte de comunión en el movimiento, ágil y liviano, entre todos los presentes. El público es también parte de un cuerpo, que es el montaje en sí: la evidencia más elocuente de cómo el espectador pertenece a la obra misma.
Es sabido que el teatro contemporáneo hace un esfuerzo por reformularse, por probarse, por reinventarse, por explorar sus propios límites. Ópera sigue esta línea y se cuestiona hasta dónde llega la participación del público en una obra escénica. ¿Es el espectador otro actor de esa obra? ¿Puede el espectador cambiar o interferir en ella? Pero incluso más allá de eso: ¿hay, realmente, una participación consciente del público? ¿O son simplemente respuestas obvias a estímulos, de seguir a la masa, de responder amable frente a las instrucciones de otro? Quizás todo está estudiado y lo que vemos como una participación no es más que el resultado de una cuidada estrategia de la compañía teatral.
Más superficial parece ser otra pregunta que la compañía ANTIMÉTODO establece como primordial para ellos: la de si es posible hablar del pueblo mapuche desde un formato operático. Y por qué no, podría uno responder. ¿Hay acaso temas obligados u otros vetados en el teatro o en la ópera? Pareciera que Ópera podría haber funcionado perfectamente contando esta o cualquier otra historia. El tema mapuche queda totalmente relegado y no es lo que reluce. Lo que sí es interesante es también demostrar la vigencia de la ópera, que en Ópera, la obra, se explora y reinventa una y otra vez. La creatividad y el juego son infinitas y se legitiman como formas de comunicación poderosas para representar y dar significado al mundo. Es, tal vez, esa la respuesta a por qué quedarse una noche de viernes dentro de una sala en penumbras y fría: la experiencia del juego como método para conocer el mundo es invaluable y es algo característico de las artes escénicas. Y en el caso de esta obra, eso se lleva a un grado superlativo.