Entrevista inédita a Fernando González Mardones: Historia de un maestro en el teatro
Este formador de actores y actrices revisa aspectos de su niñez y juventud ligados a la escena. Su interés lo despertó tempranamente la actriz Mireya Véliz, a través de un programa radial infantil y siendo un niño ya asistía a la ópera. Fue el legendario director y docente Pedro Orthous, quien lo llevó por el camino de la dirección teatral.
El periodo del golpe de Estado de 1973 lo sorprendió actuando en el Teatro Nacional Chileno: “El teatro se cerró, se despidió a todos los grandes actores, aún quedaba gente del antiguo teatro. Después, nadie…”, recuerda.
Por Carmen Mera O.
“Yo supongo que mi primer atisbo teatral tuvo que ver en la escuela primaria en Artes Plásticas, la profesora era la señorita Norma. Ella dejaba mucha libertad para hacer cosas, y a mí lo que más me gustaba era hacer teatros, escenografías, era muy raro, porque yo tenía entre 8 y 9 años, y no había ido nunca al teatro, sólo a representaciones de Navidad en la Parroquia. Ese era todo mi bagaje teatral’’.
Son los recuerdos que Fernando González Mardones, formador de actores y actrices, Premio Nacional de Artes de la Representación y Audiovisuales 2005, quien falleció el pasado 13 de mayo. Esta entrevista inédita -realizada cuando aún era director del Teatro Nacional Chileno (conocida también como Sala Antonio Varas)- indaga sobre su niñez y juventud siempre emparentadas con la escena y cuyos intereses artísticos se han volcado a través de la docencia tanto en la Universidad de Chile, como en su propia Academia Club de Teatro que lleva su nombre.
“En mi barrio, Santos Dumont con Avenida La Paz, yo organizaba funciones de títeres. Escuchaba radio, especialmente Las Tardes infantiles de la Tía Mireya, a cargo de la actriz Mireya Véliz. Me acerqué a ella, a un programa de los sábados que se llamaba Tardes Sabatinas. Me hizo leer y empecé a participar en radioteatros infantiles. Mi primera actuación en teatro fue en Blanca Nieves y los Siete Enanitos y me tocó el rol del enano vergonzoso’’.
Más tarde, en el Liceo Valentín Letelier, hizo teatro también con otros alumnos, entre ellos, José Pineda.
Estando aún en el colegio, Fernando González postuló a la Escuela Vespertina de Teatro, que dependía de la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, y funcionaba en Huérfanos 1117, cuarto piso, en Santiago, desde donde egresó para iniciar profesionalmente su travesía teatral. “De ese curso solamente hicieron teatro Juan Guzmán Améstica, Sergio Aguirre y yo. Después nos unimos con otros compañeros y el egreso fue doble. Por un lado, en la Escuela de Teatro se organizaban unos festivales internos. Juan Guzmán Améstica escribió una obra muy linda que se llama El Caracol y actuaban Lucho Barahona, Sergio Aguirre, Pepe Pineda y yo, entre otros. Ese era un trabajo producto netamente de alumnos, pero salió tan bueno que el teatro, que en 1960 tenía una carpa de extensión, nos lanzó por los barrios con ese montaje’’, recuerda.
“Ese mismo año 60 –sigue- Agustín Siré organizó un seminario sobre Actuación Realista Psicológica con el método Stanislavski. Ahí participamos en una escena de Casa de Muñecas, de Ibsen, y en otra de La Cortesana Respetuosa, de Jean Paul Sartre. Y, a partir de ese encuentro en que había muchos jóvenes, Sergio Aguirre, Lucho Barahona, Tomás Vidiella y yo, Don Agustín Siré eligió su reparto para la obra de Alejandro Sieveking, La Madre de los Conejos, y actué por primera vez en la sala Antonio Varas con esta pieza. Ahí empezó mi vida en el teatro Antonio Varas’’.
Era la época en que se hablaba del “Broadway Santiaguino’’. “Era en la calle Huérfanos que comenzaba con El Atelier, casi en la esquina de Mac Iver con Huérfanos. Al frente estaba el Petit Rex, al lado del teatro Rex, que era la sede de la Compañía de los Cuatro de los hermanos Duvauchelle; el teatro Maru, sede de Américo Vargas y Pury Durante; luego la sala del Ángel; actuaban también don Alejandro Flores y Rafael Frontaura en sus últimas temporadas en el teatro Cariola, que se había inaugurado en 1954’’.
Importante era también el radioteatro: “Todavía estaba en boga la gran compañía de Doroteo Martí, a quien yo vi muchas veces haciendo sus comedias melodramáticas que eran notables en el lujo y los múltiples escenarios en producciones monumentales’’.
Siendo sólo un niño Fernando González conoció el Teatro Municipal de Santiago. “Me acerqué y vi que anunciaban para las 15.00 horas, pregunté por la entrada más barata, vi cuánta plata tenía, entré a galería y vi Tosca que me impresionó enormemente’’. Luego conoció la zarzuela en sus frecuentes idas al teatro Cariola.
Y se adelanta otra vez en el tiempo para contar que la década del 60’ fue muy importante para él, el actual Teatro Nacional Chileno donde conoció a grandes figuras, entre ellas, Pedro Orthous, María Cánepa, Bélgica Castro, Jorge Lillo. “Todo el bagaje de anécdotas de este teatro a partir del año 41 es a través de ellos, no es que yo lo haya vivido. Yo empecé el año 60 en el teatro’’.
Dice que sus actuaciones siempre fueron secundarias. “Trabajé en muchas obras, pero nunca hice un gran papel. ¡Habría dado mi vida por hacer el guardia número cinco con tal de estar en el escenario! Actué hasta el 10 de septiembre de 1973, con “Jorge Dandin’’, de Moliere. El teatro se cerró, se despidió a todos los grandes actores. En el ‘74, ‘75 y ‘76 aún quedaba gente del antiguo teatro. Después, nadie’’, cuenta. “Un día, Balduvino Arriagada, un empleado muy querido por todos nosotros, nos dijo que tenía orden de no dejarnos usar los baños. Una de las últimas personas que echaron fue a María Castiglioni”.
Fernando González (al frente) junto a Sergio Aguirre en la obra "Mi hermano Cristian" (1960).
Crédito: Teatro Nacional Chileno.
Orthous y la dirección
Cuenta que su encuentro con Pedro Orthous -director teatral y cofundador del Teatro Experimental de la Universidad de Chile- fue el más importante en el plano teatral: “Me dijo que estaba tonteando al actuar y que debía dirigir. En 1973 me nombró su ayudante en el montaje de Chañarcillo, con la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile; se hizo el ensayo general, vino el golpe y no hubo estreno. Me convenció de que yo era director. Con una generosidad inmensa, estando muy enfermo, me invitaba a almorzar los sábados y la sobremesa eran las clases en que él me enseñó muchas cosas: cómo analizar una obra, cómo componer, la relación con la pintura, la relación con la música…’’
Más tarde hizo un post título en Dirección Teatral y recuerda que su primera dirección fue por ahí por 1976, Auge y Caída de la Ciudad de Mahagony, de Brecht, con música de Kurt Weil, con el grupo que dirigía Diana Sanz en el Instituto Goethe. Luego vino Un Tranvía Llamado Deseo, con Le Signe.
A fines de los 70, lo convocó Eugenio Dittborn para ofrecerle la dirección del Teatro Itinerante que organizaba el Teatro de la Universidad Católica en conjunto con el Ministerio de Educación. “Desde el primer momento se dieron cuenta que tenerme a mí como director de esa compañía era un error muy grande- continúa- puesto que la primera obra que objetaron fue Romeo y Julieta. Luego vinieron Chañarcillo y Peer Gynt en una versión escrita por Andrés Pérez y por mí. “Allí vino la mayor crisis, ya no estaba Eugenio Dittborn, entonces me echaron’’, concluye Fernando González.
Llegó 1980. “Se me habían cerrado las puertas de la Universidad de Chile y ahora del Itinerante. Fue entonces cuando formé la Academia Club de Teatro, en 1981. Me acompañaban Andrés Pérez y John Knuckey. Poco a poco la Academia fue creciendo y se integraron nuevas personas y este Centro se transformó en un modesto Club de Teatro. De ahí en adelante todo cambió mucho. En el primer año estuve en varias partes, pero desde 1982 me establecí en Bellavista. Fue entonces cuando empezó regularmente mi labor docente de formación profesional de actores’’.
Debido a que en su familia “consideraban que ser actor era una aventura’’ optó en su juventud por estudiar Pedagogía en Castellano en el Instituto Pedagógico Técnico de la Universidad Técnica del Estado (1959-1964). “Pero más tarde abandoné la pedagogía con harto dolor o ella me abandonó a mí, porque ya había empezado a actuar en el Antonio Varas’’.
Como formador de actores empezó en la Escuela Industrial Nº1. Se creó un Club de Teatro y fue tanto el éxito en 1971 que ganaron un evento nacional con la obra Marijuana, de Sergio Arrau. En plena dictadura nació una institución privada llamada Taller 666. “Hice clases bastante tiempo y con alumnos de allí, en 1977, monté Auge y Caída de la Ciudad de Mahagony, de Brecht, con música de Kurt Weil, una producción que fue muy elogiada’’.
Muchos son los actores formados bajo el alero de Fernando González. “Por ejemplo –menciona- Francisco Reyes fue mi alumno en el Taller 666; Francisco Melo, Luis Ureta, en la Universidad de Chile; no fueron alumnos míos Andrés Pérez, Alfredo Castro ni Aldo Parodi, pero sí los tuve trabajando cuando eran muy jóvenes. En mi Academia son muchísimos: Francisco Pérez Bannen, Kathy Salosny, Rodrigo Pérez, Aline Kuppenheim, Carolina Fadic, Angela Contreras, Alvaro Morales, Alvaro Escobar, Pablo Schwarz, Francisca Gavilán, Patricia Rivadeneira, Felipe Ríos, Felipe Camiroaga, Taira Court, Ricardo Fernández, Tamara Acosta, Gonzalo Valenzuela, Mauricio Inzunza, Juan Pablo Ogalde, Paola Volpato’’, por nombrar a algunos.
Aparte de las canas, supongo que será porque me preocupo mucho y sienten el cariño y la preocupación por su formación integral como personas y como artistas.
Es fácil. Yo no he tenido hijos, he tenido alumnos, entonces hay que ser estricto, sin serlo demasiado, hay que ser comprensivo de calificar las formas de vida que tienen los jóvenes, respetar las formas de vida, respetar su look, su manera de ver las cosas, sus gustos artísticos. Hacer compatible el hecho de que uno sea severo, porque lo escuchan a uno y saben que las cosas se hacen por su bien. Yo creo que hay que equilibrar bastante bien. Yo no podría ser duro con una persona que no sea capaz de querer o de comprometerme en su destino, por lo tanto, lo riguroso que algunas personas piensan que soy, está hecho con mucho cariño también.