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11 de Mayo de 2021, día nacional del Teatro, día del nacimiento de ALOPA


Para hacerme de estas letras que hoy intentan cantarle el cumpleaños feliz a Andrés Pérez Araya, pido ayuda a algunes amigues. Primero, a Ivo Herrera, actor, director y dramaturgo quillotano, asentado allá desde hace un tiempo, con quien compartí el paso de la Universidad de Chile a la escuela teatral profesional más intensa que a mi juicio se podía vivir en este país del Siglo XX. Lo llamo, le digo, -“Ivo, el martes el Andrés cumpliría 70 años”, me encomendaron escribir algo para brindar por su paso por la tierra. Pero resulta que el olvido me acecha y para espantarlo, se me ocurre invitarte a que hagamos memoria juntos. Entonces mi amigo me hace recordar y yo le hago recordar, y entre “Te acordai” y “Te acordai”, nos empezamos a reír y a reír y a llorar de la risa y de la pena dulce que resulta revivir esos tiempos cuando provincianos, recién llegados a la capital, yo que traía el sur temucano acuestas y el Ivo las paltas de la quinta región en una canasta, cuando recién adultos, los más chicos de la compañía, fuimos de los últimos que pudimos recibir la sabiduría del maestro de manera directa.

Mariana Soledad Muñoz Griffith

Y ahí, en ese recordar compartido, nos visitan los dioses del teatro y como uno más de ellos, viene el Andrés con su pelo muy largo, trenzado y entero blanco, igualito a como una vez hace años me visitó en sueños. En una escena veraniega donde nos encontramos caminando por las laderas del Cerro Santa Lucía llenas de gente y yo le pregunté que qué hacía acá si estaba muerto, él me abrazó con su estela oriental y me dijo que nunca había muerto, que todo había sido un montaje, una obra de teatro más. Entonces el Ivo me recuerda la imagen del Andrés en los ensayos, “sentado en la orilla de la silla, con los ojos abiertos, grandes y las cejas levantadas. Las manos orientadas al escenario. Los dientes chuecos en una semi sonrisa mientras los actores descubrían los personajes en escena”. Siendo un canal, una compuerta al más allá, la vía de entrada para quienes necesitaban hablar a través nuestro y que venían amparados por los guardianes de la escena, a elegir el cuerpo-alma de quienes tendrían la misión de interpretarles. Así es como empecé a creer en los dioses del teatro que nos presentó el Andrés.

Ensayos gloriosos nos tocó vivir. Donde lo primero que aprendí fue a no enjuiciar a los personajes ni las situaciones en que decidían desenvolverse, porque la vida escapa de toda lógica cuando se trata de desentrañar las pasiones. Fueron ensayos divertidísimos y exigentes que a veces nos tenían golpeando el suelo para avivar el trance mágico que la improvisación traía articulada por el juego de sincronías que lograba barajar el Andrés. Allí, palpábamos la evidencia del presente abierto al misterio y convocábamos el no control de la razón. Nos entregábamos de lleno al imaginario colectivo, a la locura y al placer de perdernos en el profundo abismo de la emoción, al “no me lo cuentes, hazlo”, a no dirigir, a actuar, a confiar en la guía del guía, a ser en el juego, a ejercer la libertad de la creación y crear con la responsabilidad de generar autoría desde un profundo ejercicio de solidaridad, generosidad y humildad. Así es como nos reconocíamos en el amor por el oficio de observar la humanidad bajo la señalética traslucida del escenario, habitado en un ejercicio comunitario cariñoso.

Y así, en el jolgorio de los ensayos y el después de ellos, aprendimos de las gestas dionisiacas que el Andrés como nadie sabía generar y nos enseñaba a gozar. Como cuando una vez el Ivo se quería ir de un carrete porque al otro día partíamos temprano y el maestro le dijo que el presente era eso: estar con los colegas disfrutando la vida, que si estaban pasándolo tan bien todos juntos, no tenía sentido que se fuera. Que si a la mañana siguiente llegaba atrasado, ahí se preocuparía de retarle. “Ya descansaremos bien bien cuando estemos muertos” recuerdo haberle escuchado decir, o “Ya dormiré cuando esté muerto”. Frases de Rulfo y de Fassbinder respectivamente. Es que en la fiesta procesábamos el trabajo y desatábamos la imaginación para seguir creando y en esa dinámica, Andrés era siempre el último en irse en la noche y el primero en llegar en la mañana. Para él, el cansancio no estaba permitido. “No cansarse, no cansarse, no cansarse” le recuerdo decir gracias a la lectura de un escrito que mi amiga, la actriz, directora y maestra de voz Gala Fernández, dedicó al Andrés poquito tiempo después de su viaje a las estrellas.

La Gala también le recuerda indicando abrir los ojos porque cerrarlos es una manera de esconderse, porque “los ojos son la ventana del alma”, idea a la que puedo sumar la apertura de la mirada hacia el espectador. La ofrenda del relato hacia elles como “contándole la historia a tu mejor amigo”, frase del Andrés que hace poco me recuerda Micaela Sandoval, la actual Negra Ester. Se trataba de generar un encuentro amable con la audiencia, evidente cuando en el entreacto se invitaba a comer, beber, escuchar música y visitar camarines. Sobre esa relación directa con el público, el Ivo recuerda la colosal performance del Andrés una vez previo a una función de La Negra Ester en el Teatro Providencia, cuando disfónico, maquillado del personaje de la Esperanza, con el relleno puesto, le pedía a la gente calma porque teníamos un problema técnico. Yo también recuerdo eso y su amistad en escena cuando me tomaba mi mano de Japonesita. Tiempo después, el Ivo fue la Esperanza y cuando nos tocó hacer funciones ya sin el Andrés en el mundo, nos destrozaba la escena de la muerte de ese personaje. Allí revivíamos la muerte del maestro, la muerte de la esperanza.

El Ivo me cuenta que cuando murió su papá, hecho que ocurrió durante una función de “Nemesio pela’o ¿qué es lo que ha pasa’o?”, el Andrés fue a verlo al camarín y le dijo: "No te preguntes por qué sino para qué". Cuando murió mi papá hace poco, me consoló pensar que había emprendido su viaje para encontrarse con otros que se han ido, que tal vez se toparía con el Pérez a quien tanto admiraba y que allí podrían conversar un poquito, festejando la vida y la muerte a la vez. Quizás por eso es que en su funeral le canté “Qué lejos estoy del suelo donde he nacido”, mismo canto que repetía a voz en cuello cada noche en el cabaret de La Negra Ester.

Yo había olvidado que siempre antes de ensayo, llegaba temprano y me sentaba en la vereda con el Andrés a conversar, mi mamá me lo recordó ayer. Yo me he olvidado de tantas cosas pero de lo que nunca me olvido cuando me toca ser directora, es de preguntarme a diario, ¿Qué habría hecho el Andrés en mi lugar?. Fue él, el que me 3 sopló que para escribir esto tenía que pedir ayuda para recordar, porque la memoria como el teatro es una cuestión tramada en el hecho de compartir, convivir, hacer comunidad. El paso del tiempo se encargó de guardar esta historia en lugares muy misteriosos de nuestro adentro, pero también se hizo del olvido en otros recovecos insondables, por que tal vez se nos regaló demasiada información o porque quizás la naturaleza de lo allí recibido se tejía de la esencia de lo efímero, de lo inabarcable, de lo innombrable. Es probable que aún no podamos elaborar la suerte que tuvimos de cruzarnos con ALOPA, (Andrés Lorenzo Pérez Araya). Al parecer sólo lo logramos en la risa que emerge del recuerdo común.

La memoria es frágil, ¡Anoten!, decía el Andrés, la Gala me lo recuerda. Supongo que por eso escribo esto hoy. También ella me recuerda que casi siempre en este día, el día de su cumpleaños, íbamos a su departamento en Antonia López de Bello después de algún ensayo. Llegábamos cansados pero hambrientos, obvio, y sedientos. Como ya hacía frío y no tenía estufa, encendíamos el horno y dejábamos la puerta abierta, y así nos calentábamos. Nos quedábamos muchas horas, éramos hartos, hasta que literalmente las velas no ardían. Dice que desde que ella tiene memoria, Andrés quiso eso: que el teatro fuera nuestra vida, que ensayar, comer, dormir, celebrar, fuera todo la misma cosa: la vida… ¿estaba ella de acuerdo con eso?... cree que no… pero de que se sentía intenso y trascendente… sí!

La verdad es que no me puedo imaginar qué habría hecho el Andrés en esta dura Pandemia. Tal vez, habría salido a las calles convocándonos a seguirle, indicándonos que “Somos los locos del pueblo” frase que solía decir como me recuerda mi amigo, el actor Iván Álvarez de Araya. ¡Claro!, “Somos los locos del pueblo” y debemos ayudar a transformar el miedo a la muerte por el miedo a no lanzarnos a la vida abrazando la belleza. Tal vez, ALOPA ya ha estado en las calles de alguna forma, tal vez nunca se fue y sigue allí como en mi sueño, junto a sus amigues dioses, guiando con su pelo largo, blanco y trenzado, la insurrección popular que se avecina. Lo del estallido social del 2019 fue sólo una muestra de lo que será. El ensayo general de un gran estreno mundial. Y será hermoso.

¡Feliz Cumpleaños Andrés! ¡Viva el teatro!


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