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[Crítica escénica] Holzfällen (Tala): Los artistas en contra del arte


[Crítica escénica] Holzfällen (Tala): Los artistas en contra del arte

Este texto fue creado en el Taller de Crítica a cargo de Javier Ibacache, el cual forma parte de las actividades de LAB Escénico del Festival Santiago a Mil 2018. Por esto mismo, los comentarios que aparecen a continuación son de exclusiva responsabilidad de su autor, y no corresponden necesariamente a la opinión de Fundación Teatro a Mil.

Por John Álvarez

La escena es lenta, los personajes parecen estancados; verborreicos a ratos y ausentes en general. Viejos amigos artistas están reunidos para una última cena en conmemoración de su amiga que recientemente se ha suicidado. Así comienza Tala, la obra del destacado director polaco Krystian Lupa basada en la novela de Thomas Bernhard, presentada en el Teatro Municipal de Santiago, en el marco del Festival Internacional Santiago a Mil.

Entre los asistentes a la reunión hay desde escritores malditos hasta un actor del Teatro Nacional a quien deben esperar para comenzar la cena en un largo y conversado preparativo. Estamos ante una escena muerta que revive a ratos gracias a la proyección de algunos cortos que sirven como antecedentes del pasado; el fracaso, el cansancio y el hastío es innegable tanto arriba como bajo el escenario. No es una obra fácil y queda claro en los primeros minutos cuando se instala un ritmo reposado. Estos personajes no tienen nada que hacer más que estar acá peleándose y recordando a su amiga muerta. No parecen preocupados por el futuro, solo les importa el presente y lo que se tenga que decir en esta reunión. La mayoría está en silencio mientras uno habla para luego ser contradicho por otro respecto de su visión del mundo, y así sucesivamente.

Es agotador verles y oírles. Son artistas interpretando a artistas fracasados que se encuentran en una posición muy cómoda como para generar un conflicto real. A medida que transcurre el relato no hacen más que reafirmar su condición indiferente hacia la realidad; excepto por una verdad que poco a poco comienza a surgir: admiran y envidian la convicción de su amiga para suicidarse.

El amigo actor viene llegando de su función en El Pato Salvaje y comienza la cena. El humor negro se infiltra en el montaje. Luego de posicionar el fracaso y pesimismo como ideas centrales en el primer acto, el director propone en esta segunda parte una cuota de humor proveniente del ridículo que suponen sus contradicciones y patetismo. El protagonista de la obra –quien sería también el escritor de la misma– resalta por sobre el resto de amigos no tan solo por convertirse en una especie de narrador sino que por protagonizar algunas escenas del tipo flashbacks en las cuales podemos profundizar en su relación con la amiga muerta. Esto le brinda un poco más de carácter tanto al personaje como a la escenificación lo que en conjunto a un mayor dinamismo escénico-espacial termina por inferir de un particular estilo al montaje cercano a un realismo pesimista, mucho más evidente en su crítica a la elite artística y el rol del arte en la sociedad.

A pesar de la experiencia extenuante de una obra de esta envergadura, cabe precisar que estamos frente a un montaje muy contingente respecto al lugar del arte en la cultura de un país tercermundista como Chile y las diferencias sustanciales con Europa. Una obra franca y de un realismo pesimista.

Crédito foto: Natalia Kabanow

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