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[Crítica escénica] Die Odyssee: Expectativa y decepción en un idioma no inventado


[Crítica escénica] Die Odyssee: Expectativa y decepción en un idioma no inventado

Este texto fue creado en el Taller de Crítica a cargo de Javier Ibacache, el cual forma parte de las actividades de LAB Escénico del Festival Santiago a Mil 2018. Por esto mismo, los comentarios que aparecen a continuación son de exclusiva responsabilidad de su autor, y no corresponden necesariamente a la opinión de Fundación Teatro a Mil.

Por John Alvarez

Al comenzar la obra se alerta al público: “no pierda el tiempo buscando subtítulos, esta obra está hablada en un idioma inventado”. Es la antesala para ver Die Odyssee, el montaje del director chileno portugués radicado en Alemania, Antú Romero, presentado en el marco del Festival Internacional Santiago a Mil  en la sala Finis Terrae. Una obra que exuda expectativas.

La propuesta es clara: dos hermanos están a la espera de un padre que nunca llegará. Se encuentran en un espacio ambiguo que sirve como soporte. Hablan un idioma que los espectadores desconocen hasta que se asoma un chilenismo que genera risas.

La puesta es una comedia, una suma de sketches auto-conclusivos en los que ambos actores se desenvuelven a sus anchas, utilizando multiplicidad de recursos como la magia, el humor físico o el clown. Para narrar la espera se valen del espacio indeterminado propuesto por el diseño escénico y la versatilidad de elementos. El idioma contiene múltiples palabras reconocibles que consiguen una respuesta positiva por parte del público pero que no aportan a la construcción narrativa.

El fenómeno de la risa en esta obra es digno de análisis. Estamos ante espectadores que no solo ríen de situaciones cómicas, sino también ante un grupo que reafirma por esa vía su conocimiento específico de palabras, gags, referencias, o citas (a una película, por ejemplo). Reír comenzó siendo la respuesta natural frente a lo desconocido; en Die Odyssee es la respuesta lógica a lo reconocido.

El problema no es la risa en sí, sino la expectativa generada y no cumplida. Las secuencias más sensibles coincidentemente son las que menos palabras reconocibles poseen pero logran un nivel tal de profundidad que el resto de los sketchs quedan relegados a un simple momento cómico.

Die Odyssee es una obra fácil de ver. Es divertida, amable y atractiva, pero pretenciosa como queda a la vista en el momento final, cuando lo construido a costa de buenas interpretaciones y un ritmo coherente es destruido en favor de un recurso performático excesivo –actores que salen a la platea portando motosierras de manera amezante, luego de destruir parte de la utilería- que solo aporta en la medida que genera un impacto sobre el público tomado por sorpresa.

El final de un montaje es quizás el momento más importante cuando se completa la experiencia. Puede ser utilizado como estrategia para reafirmar el punto de vista de la obra o destruirlo, como ocurre en este caso. La convención generada se ve opacada por un impulso adolescente de reescribir o reinterpretar los clásicos, y una dirección que conduce expectativas que no logra cumplir durante más de una hora de montaje.

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